Toros

Una corrida sin raza de Adolfo Martín en tarde gris en Las Ventas

Paco Ureña, en un muletazo, ayer, en Las Ventas, en el cierre de la Feria de Otoño de Madrid.

Paco Ureña, en un muletazo, ayer, en Las Ventas, en el cierre de la Feria de Otoño de Madrid. / víctor lereña / efe

La Feria de Otoño en Las Ventas echó el telón con un espectáculo gris y de muy poco contenido, condicionado, sobremanera, por la falta de raza y de fondo de los toros de Adolfo Martín, que echaron al traste con la corrección sin emoción de Juan Bautista y la entrega desordenada de Paco Ureña.

Desde que saltó la noticia de la baja de Antonio Ferrera, el sonado mano a mano que iba a enfrentarle a Paco Ureña perdía todo el interés, porque su sustitución por Juan Bautista no contentaba tampoco a quienes consideraban que había otros toreros más aptos y con mayores méritos (algunos contraídos en esta misma plaza) para aprovechar la ocasión de torear en Madrid por otoño.

Juan Bautista y Ureña se marchan de vacío en su mano a mano en la Feria de Otoño

Tampoco había mucha fe en la corrida de Adolfo Martín, un hierro muy venido a menos en las últimas temporadas, y que, sin embargo, año tras año sigue viniendo a Madrid, al menos, dos tardes. Las esperanzas en la tarde eran, por tanto, más bien escasas. Como un cuento de final previsible. Y así fue. Ni funcionó la corrida, ni los toreros anduvieron tampoco muy allá.

Abrió corrida un toro bajito, bien hecho y serio por delante, pero con el depósito de la raza prácticamente agotado, lo que hizo que no se empleara en el caballo y que esperara y cortara por los dos pitones en banderillas. Y sólo tuvo cinco o seis arrancadas buenas por el derecho antes de agotarse definitivamente, suficientes para que Bautista extrajese todo lo que tenía en una labor de oficio e inmaculada desde el punto de vista técnico. El sainete con el descabello restó méritos.

El tercero lució unas embestidas muy suavonas por el derecho, aunque con el defecto de no acabar de descolgar y yendo también a menos. Bautista volvió a estar correcto, pero sin acabar de apretar el acelerador durante una labor en la que se le vio fácil y seguro, pero, ya está dicho, sin pasar de la zona de confort, o, lo que es lo mismo, sin emocionar.

El quinto fue un zapatito que se movió como un tejón en la muleta de un Bautista, esta vez, a la deriva, sin verlo claro en ningún momento frente a un astado que acabó haciéndose amo y señor de la situación. La gente se puso en contra del francés, censurándole, además, cuando, ni corto ni perezoso, optó por tirar por la calle del medio.

El primero de Ureña se arrancó con alegría al caballo de un sensacional Pedro Iturralde, que protagonizó un gran tercio, muy torero y medido. La plaza crujió, y de qué manera.

Pero pronto amainó el temporal de júbilo a medida que el lorquino, desordenado en su esfuerzo, trataba de empujar hacia delante a un adolfo al que le costaba repetir sus dormiditas acometidas. Jugó con fuego también el torero, al que se le veía cogido en cada afrenta, vendiendo una apuesta demasiada embarullada e imprecisa.

Siguió Ureña en el filo de la navaja con el cuarto, toro sin raza y, algo peor, desarrollando también durante su lidia, condición agravada por las propios desajustes del murciano. No hubo sintonía, por tanto, entre un toro de aviesas intenciones y un torero que, pese a estar firme, le faltó mejor planteamiento.

El sexto hizo pasar las de Caín a las cuadrillas en los primeros tercios. Parecía que iba a ser el típico barrabás de este encaste. Pero no fue así. Directamente no quiso pelea en la muleta de un Ureña voluntarioso, entregado, pero nuevamente embrollado y empeñado en no querer salir andando de la plaza.

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