dilvulgación de la fiesta

Un científico victoriano en La Maestranza

  • El antropólogo Sir Francis Galton calificó de "hazañas" lo que vio en la corrida de toros del Domingo de Resurrección de 1899 en la plaza de Sevilla

Hace casi 119 años, el 2 de abril de 1899, Domingo de Resurrección, se celebró el primer festejo de la temporada en la Maestranza de Sevilla (el segundo se celebró el 16 de abril, ya en la feria). Aquel día la ganadería era de D. Carlos Otaolourrichi, y los espadas fueron Antonio Fuentes, Emilio Torres Bombita y Antonio Montes, que tomó la alternativa. Los datos son tomados de los Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla, 1836-1934, de Antonio de Solís Sánchez-Arjona, edición facsímil de 1992. Desconocemos el resultado del festejo, pero sí conocemos que aquel día estaba como espectador en la plaza un científico británico de mucho prestigio, Sir Francis Galton (1822-1911), que visitó Andalucía durante varios días acompañado de su esposa, Eva, en la última etapa de su vida, cuando ya había realizado sus aportaciones más importantes al mundo de la ciencia. En total, más de 340 publicaciones científicas debemos a este autor, que por ser primo de Charles Darwin vio de alguna forma oscurecida su luz científica por la más arrolladora de su primo. En 1886 ya había publicado su famoso trabajo Regression towards mediocrity in hereditary stature, en la revista The Journal of the Anthropological Institute of Great Britain and Ireland. Quienes usamos la estadística como instrumento de investigación empírica, en cualquier campo de la ciencia, antes o después, hemos usado el análisis de regresión, técnica estadística universal, que fue introducida por este científico en el trabajo citado. Pues bien, este señor fue a los toros, a La Maestranza, en aquella tarde de abril de 1899. Lo sabemos por las cartas que iba escribiendo casi a diario a su familia, contando sus vivencias en Andalucía y, en particular, las de aquella tarde. En nuestras investigaciones sobre la historia de la estadística hemos analizado la biografía que sobre él escribe su discípulo, y creador de la Estadística matemática, Karl Pearson (1857-1936) y, en ella hemos tenido la suerte de localizar la carta que el mismo Galton escribió y remitió a su familia el día 3, un día después del festejo. Hemos seleccionado un fragmento de la larga carta que escribió donde abundaba en cuestiones más personales que no vienen al caso:

"Fuimos a ver a los toros, que acababan de llegar y habían sido conducidos junto con bueyes granate para mantenerlos quietos. Estaban en un gran patio más allá de los suburbios. Todos los sevillanos de moda andaban por allí, y los toreros también. Incluso, Eschbach hizo amistad con uno de ellos y sugirió que lo lleváramos en nuestro pequeño carruaje, para que nos explicara todo, lo que hicimos, para mutuas satisfacciones. Charlamos con él y fue muy divertido, y nos dio una buena lección en un español elemental. Era un caballero muy natural. Por supuesto que fui a la corrida de toros, que no me horrorizó como había esperado; me pareció llena de interés. No voy a entrar en detalles, aunque difieren en importancia, eso me parece a mí, de lo que otros han dicho. Entre los seis toros levantaron y mataron por lo menos a una docena de caballos, y sus jinetes tuvieron caídas feas, pero ninguno resultó herido. El toro los levanta en el aire, con jinete y todo, con su gran fuerza. No hace una carrera rápida sobre ellos, sino que empujan con intención asesina, haciendo que su cuerno profundice dentro. No quiero decir que las cuatro patas de los caballos se levantasen del suelo a la vez, pero tres de ellas lo fueron a veces, y siempre dos. Cada una de las seis faenas tenía sus rasgos peculiares, y es esta variedad de peripecias lo que la hace tan atractiva a los españoles. Además, no hay ningún grito de dolor, ningún signo visible de dolor al derramarse la sangre. Los caballos gravemente heridos todavía obedecen a la brida, mostrando que no están en ninguna agonía. No se deben leer fantasías en los hechos. El chillido de un conejo asustado afecta a mis propios nervios más que cualquier cosa de las que vi en la plaza, y las hazañas de osadía y agilidad eran maravillosas. Me alegró mucho que a Eva no le importara ir.

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