Entre la movilización del #Metoo, que vaticinaba una tarde de mítines, el fallo clamoroso de la pasada edición y tal vez la ausencia de grandes alicientes para acercarse a la fiesta, la gala de los Oscar de este domingo ha sido la de menor audiencia de toda la historia de la televisión estadounidense. La retransmisión en la cadena ABC fue seguida por 26,5 millones de fieles, casi una quinta parte menos de lo que anotó en la pasada edición, casi 33 millones (que ya fue una cifra discreta respecto a galas anteriores), y por primera vez anota por debajo de los 30 millones de espectadores. El peor dato anterior fue el de 2008, con 31,8 millones de seguidores, cuando el maestro de ceremonias fue Jon Stewart.

Al actual presentador, Jimmy Kimmel, no se le puede culpar demasiado del batacazo. El clima beligerante del gremio cinematográfico es en parte causante del desánimo, lo que ya vivió la audiencia española en la década pasada con los Goya tras el "no a la guerra".

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no pierde oportunidad para atizarle a sus detractores en cuanto puede e ironizaba sobre estos datos analizando a su manera que el problemas que existe en Hollywood es la falta de estrellas, y que para estrella, él mismo.