Patrimonio

Aprendices en el taller de Murillo

  • Los talleres didácticos que el IAPH ha realizado para acercar a los escolares sevillanos los trabajos de restauración despiertan curiosidad y amor por el arte

Dar a conocer el patrimonio artístico y las ciencias que lo protegen es el objetivo del taller didáctico que el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) ha llevado a cabo en los dos últimos meses con estudiantes de entre 9 y 14 años, impartido por un equipo de restauradoras de la empresa Artycre, Gracia Montero e Inés F. Vallespín, especializadas en actividades pedagógicas.

La iniciativa, incluida dentro del plan de comunicación y difusión asociado al proyecto para la restauración de dos lienzos de gran formato de Murillo del Hospital de la Caridad, reunió a más de 600 alumnos del último ciclo de Educación Primaria y de Educación Secundaria Obligatoria de Sevilla y su provincia hasta su clausura el pasado martes. "La demanda fue tan alta que las plazas para los 20 talleres ofertados se agotaron al poco tiempo de publicarse la convocatoria", detalla Carlos Alonso, responsable de la unidad de cultura científica del IAPH, que promueve esta experiencia. El proyecto lo realiza el IAPH en desarrollo del convenio de colaboración firmado el 10 de marzo de 2017 entre esta agencia de la Consejería de Cultura, la Fundación Bancaria La Caixa y la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla. Incluye otro programa de visitas guiadas para adultos al taller de restauración de estos dos lienzos, Moisés haciendo brotar el agua de la roca y La multiplicación de los panes y los peces, que también ha desbordado las previsiones pues hasta su conclusión el 15 de diciembre todos los grupos están ya completos.

Dos grupos de alumnos de 1º de ESO del Instituto Hermanos Machado de Montequinto, con edades comprendidas entre los 11 y 12 años, protagonizan el último taller didáctico. Sus caras de asombro y emoción son constantes durante los 90 minutos que dura esta imaginativa inmersión en la época y el obrador de Murillo.

Vestidos con batas blancas e identificados con una pegatina con su nombre, escuchan con atención a Gracia e Inés, que comienzan contando a estos inquietos aprendices las funciones del IAPH y cómo era la Sevilla del Barroco, para lo que se sirven, entre otros materiales, de una diapositiva de la espléndida Vista anónima de la ciudad en el XVII que atesora la Fundación Focus. Se quedan especialmente callados cuando se les habla de la epidemia de peste, que diezmó a casi la mitad de la población, y también les llama la atención la falta de alfabetización, la elevada presencia de esclavos negros y el hecho de que las mujeres vistieran de modo distinto a los hombres y se taparan el rostro.

Un juego de adivinanzas les invita a identificar el rostro de Murillo entre otros genios del Siglo de Oro. Muchos alumnos confunden al protagonista del célebre Autorretrato de la National Gallery con El Greco, Cervantes y hasta con Velázquez "porque también tiene bigotito", se justifican. Las curiosidades con que las monitoras acercan la vida y obra del pintor, como que su padre fue barbero-cirujano, fue el menor de 14 hermanos y que su mujer "le dejó plantado en el altar pero se lo pensó mejor y acabaron casándose una semana después", suscitan risas y guiños.

Sentados sobre cojines de colores, frente a una pantalla, es emocionante verlos fijar la atención en el vídeo que documenta el proceso de restauración que el IAPH llevó a cabo de otro gran lienzo de Murillo procedente del Hospital de la Caridad, Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos. "La tiña era una enfermedad contagiosa causada por hongos y provocaba que a muchos niños les aparecieran calvas y costras en la cabeza", explica Gracia ante su asombro.

La necesidad de realizar siempre estudios previos antes de restaurar una obra y la importancia del trabajo en equipo, de la metodología y de las técnicas empleadas se graban a fuego en las mentes infantiles, a las que el símil del restaurador como un médico cirujano que opera y sana una obra enferma les seduce especialmente. "La formación del restaurador es muy completa, tienes que saber de ciencias y de letras. Nos da mucha rabia cuando nos preguntan si pintamos bien porque ser restaurador es algo mucho más complejo y hacer un buen diagnóstico es esencial", sostiene Inés antes de explicar cómo llegan los restauradores a saber las zonas del cuadro que originariamente eran de otro color, cómo se conoce el número de restauraciones sufridas por los lienzos o el tipo de insecto que atacó en su día el bastidor.

Ante la réplica de un original de Murillo comprada en el mercadillos del Jueves los niños van desgranando qué dolencias padece el cuadro. "¡Tiene rotos! ¡Tiene desconchones!", avisan con pericia los chavales, que aún tendrán que completar su inmersión teórica con una charla sobre el origen de los pigmentos usados por Murillo donde las monitoras, profesionales con amplia experiencia como restauradoras de obras maestras del patrimonio andaluz, hechizan al auditorio con su rigor científico y su amor por la literatura oral.

"Las pinturas no se compraban, se fabricaban, y en el obrador de Murillo eran sus discípulos y aprendices los que se encargaban de preparar los colores. Los talleres de pintura tenían un olor muy característico", contextualiza Gracia. Olían, entre otras muchas cosas, al ajo y a las colas de pescado y de conejo que se usaban para las imprimaciones. También olía a maderas procedentes de las Indias, al hueso calcinado de animales con que se lograba un tipo particular de color negro y al albero de Sevilla pues " Murillo usaba para muchas imprimaciones de los lienzos el barro de su ciudad". Las restauradoras enseñan de dónde proceden otros colores, como los polvos de cochinilla que se convertirán en los rojos de las túnicas de los apóstoles o la azurita que da ese color azulado característico de los mantos de las vírgenes murillescas. Sorprendente resultará la concha que Inés saca de su cesto de pigmentos: "Se llama murex y desde la antigua Grecia de aquí se extrae el púrpura, el color de los cardenales. Había que moler estos pigmentos con gran cuidado porque eran materiales muy caros. Uno de los minerales más costosos era el lapislázuli, con el que se preparaba el azul de ultramar", recuerdan antes de invitarlos a oler un recipiente con el aceite de linaza que usaba Murillo como aglutinante para hacer la pintura al óleo.

La diversión se acrecienta cuando los 30 alumnos comienzan a moler los pigmentos previo examen de los colores primarios de los que sale todo el espectro cromático: azul cián, amarillo cadmio y magenta. "Fucsia no es, ni rojo, es magenta, porque el rojo en realidad sale echando al magenta un poco de amarillo. Si no partes del magenta no salen los morados", detalla Gracia.

"Cada pintor tenía su paleta característica y se ponían muy nerviosos cuando los aprendices no lograban los azules como ellos los querían por eso la concentración y el silencio eran esenciales. Al que tenga que llamarle menos la atención de vosotros, ése será mi ayudante", advierte Inés, zalamera. Pero todos quieren ser su mano derecha ante lo que se avecina: intervenir un pequeño lienzo preparado por el IAPH, limpiando las zonas sucias "sin salirse de los márgenes que os damos" y reintegrando con acuarelas mediante la técnica del rigatino zonas de color que se han perdido. Para ello tienen que construir sus propios hisopos aplicando algodón a los bastoncillos que les entregan, algo que pone a prueba su pericia y paciencia. "Es muy difícil lograr que el algodón se quede prendido y si te descuidas te sales de las líneas y lo estropeas todo. A mí me ha gustado más pintar", valora Natalia Castro de esta experiencia.

La hora y media pasa volando. El profesor de educación plástica y visual José Miguel Ortiz apenas ha tenido que intervenir para aclarar dudas o llamar al orden a sus pupilos, a los que aún les queda la visita guiada al taller de pintura donde verán en directo el proceso de restauración de los cuadros de Murillo y de sus marcos de época.

Se quedan boquiabiertos ante estas obras maestras donde Murillo representó por encargo de Miguel de Mañara dos obras de misericordia: dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento. Álvaro Jaramillo declara que admira "la capacidad de Murillo para plasmar en imágenes tantos sentimientos distintos". Natalia Castro, como una sevillana del Siglo de Oro, se acerca con ojos limpios a la pintura y su mensaje bíblico: "Me da mucha pena porque tienen sed y no todos pueden beber".

De la reacción de estos niños, a los que este taller pretende sensiblizar sobre los valores de nuestro patrimonio y la necesidad de su preservación, depende que en el futuro nunca más vuelvan a producirse expolios como los del mariscal Soult, cuyos militares sustrajeron los cuadros de las iglesias sevillanas con la espuria excusa de que en el París de Napoleón se los valoraría y conservaría mejor. No cabe duda de que Inés y Gracia han logrado hoy que esa llama respetuosa prenda en ellos.

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