Deportes

Tres patas y un banco

  • Del Nido, Monchi y Míchel forman, en estructura piramidal, el triunvirato de culpables. El técnico, el más frágil.

En Sevilla, y en especial alrededor de este club, se le da mucha relavancia a lo que opina y cómo se expresa la afición. Pero, ¿lleva razón la afición? ¿Hasta qué punto puede una sociedad con el patrimonio humano, deportivo e inmobiliario del Sevilla tomar decisiones según lo que dicte un grupo más o menos numeroso o ruidoso de seguidores? Unos seguidores cuyos sentimientos el pasado sábado eran totalmente opuestos a los que podían expresar hace menos de un mes cuando el Sevilla se imponía por 5-1 al Betis en el derbi o, algo más atrás, después de ganar al Real Madrid o cuajar un gran partido ante el Barcelona.

Ello no quita para que haya que señalar a los culpables de la situación en la que se encuentra un proyecto que tiene claramente tres padres, cada uno con su parte alícuota de culpa, Del Nido, Monchi y Míchel en estructura piramidal. Hasta la semana pasada, dos de ellos han seguido señalando como un guión aprendido a la actitud de la plantilla, pero el día a día y unos resultados cada vez más decepcionantes invitan a pensar que el análisis debe ser menos simplista que el mero hecho de culpar a los jugadores o decir que se ponen los cascos para escuchar música tras una derrota. Los futbolistas rara vez reconocen errores, pero los que llevan años tratando con profesionales del balón no se extrañan de esas actitudes.

 

El pasado sábado, la grada del Sánchez-Pizjuán estalló de rabia y personalizó su descontento en el presidente, que podría tranquilamente ser señalado como el responsable máximo en esa responsabilidad piramidal. Del Nido  reconoció en la última Junta de Accionistas haber cometido errores que han llevado a la sociedad a la situación deportiva y financiera en la que se encuentra, pidiendo el respaldo para llevar a cabo la gestión del club seis años. Monchi, en ese estatus de segundo máximo responsable, se erigió en culpable "único" del fracaso deportivo en el mismo foro hasta el punto de prometer que pondrá su cargo de subdirector general deportivo a disposición del consejo si el primer equipo no cumple sus objetivos este curso, lo que cada jornada está más cerca. Queda la otra pata de este banco. ¿Qué ha hecho o qué ha asumido Míchel hasta ahora?

 

El entrenador madrileño no ha sido señalado por la afición. ¿O sí? ¿Puede considerarse más humillante para un profesional del fútbol que la afición propia utilice la ironía para referirse a su trabajo? Porque, ¿cómo habría que interpretar los gritos de "¡Míchel, quédate!" que escuchó el ex madridista en el segundo tiempo del Sevilla-Málaga? Es cierto que llegó un punto en este club en el que hubo que ver que la solución no iba a estar continuamente en el cambio de entrenador, pero Míchel está agotando tanto su crédito que -aunque parezca mentira- cada cántico en contra del palco pesa más sobre su cabeza.

 

El técnico, que tuvo el respaldo para continuar pese a no cumplir con los objetivos la pasada campaña, no ha demostrado tampoco en ésta estar por encima de las circunstancias pese a la total confianza de los rectores del club, quienes, no obstante (sobre todo Del Nido) tampoco han desaprovechado la ocasión para mandarle un velado aviso. Sin ir más lejos, el último mensaje de Del Nido respaldándolo llevaba escondida una tarea urgente: dar con la fórmula para que una plantilla "con muchísimos internacionales" encontrara la regularidad deportiva que la sociedad necesita para no tener serios problemas económicos. En el fondo está una verdad como un templo: el Sevilla tiene un plantel que muchos de los doce clubes que lo superan en la tabla soñarían tener. El sábado por primera vez en la historia se alinearon a la vez seis internacionales españoles y, en tiempos de crisis, es un lujo tener a jugadores como Negredo, Reyes, Jesús Navas, Medel, Rakitic.

 

La afición está que trina con los peores números del siglo y manifiesta su descontento. El triunvirato tiene nombres y apellidos, pero por mucho que griten en una dirección, es un banco con una pata más frágil que las otras dos porque depende de los resultados. Y éstos son de pena.

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