Semana Santa

La nao que llegó de las Indias

  • Desde América.Día grande en la cristiandad. Córdoba venera al Crucificado de Gracia. Su cuerpo macerado, masacrado y destrozado por una muerte injusta, genera devoción de los fieles

El Cristo de Gracia en la calle Alfonso XIII en 1949.

El Cristo de Gracia en la calle Alfonso XIII en 1949. / archivo cajasur

La iglesia de San Miguel está sombría. La luz tenue que dan las velas no es suficiente para iluminar el templo. El ambiente es apagado y frío. El invierno está en todo lo alto. Febrero está recién estrenado. El olor a incienso es intenso. Volutas de humo aromatizado ascienden, desde los incensarios, hasta lo más alto de la bóveda del fernandino templo. A pesar de los rigores del día, un incesante reguero de fieles se acerca hasta la iglesia. El motivo no es otro que la veneración a una nueva imagen de Cristo. Una imagen que ha venido desde las Indias. Todos los que la ven, quedan admirados. Su patetismo, su crudeza, su realismo y sus magnas proporciones han calado en todos los cordobeses que han tenido la dicha de venerarla.

En las primeras filas de los desvencijados bancos que hay frente al altar mayor está arrodillada una dama vestida de negro. En sus manos níveas y huesudas se enreda un rosario. Sus largos dedos pasan sus cuentas en fervorosa oración al paso de casa misterio. Se trata de Francisca de la Cruz, la viuda de Esteban Fernández de la Cámara. Es la propietaria de tan admirado simulacro de la imagen del Cristo. Se la ha enviado su hermano Andrés Lindo, quien viajó hasta Nuevo Mundo para hacer fortuna. Una vez allí encargó la descarnada y cruda imagen. Admirado por el resultado obtenido por aquel artesano, quien con médula de caña y oficio nativo había obtenido tan magna obra, decidió enviársela a su hermana como regalo hasta Córdoba.

El 4 de febrero de 1618, con aroma a sal marina, la imagen es entronizada en el convento trinitario

Desde Puebla de los Ángeles viajó la imagen del Cristo. La nao que lo transportaba hasta España surcaba el Atlántico impulsada por los vientos, desafiando tormentas y sufriendo mil vicisitudes. El fuerte viento y la tempestad mecen de forma violenta la embarcación, haciendo que el colosal crucificado se meza al ritmo que le marca el oleaje, que como un tambor golpea el casco de madera de la nave. Finalmente, y tras semanas de navegación, la nao llega a su destino. Cuidadosamente es transportado el crucifijo hasta su destino. La imagen llega a Córdoba desde el Nuevo Mundo. El modesto oratorio de la casa de Francisca no puede albergar una obra de tan colosales proporciones. Es un regalo de su hermano, pero ante la imposibilidad de rendirle culto en su casa, Francisca decide donarlo a los Trinitarios, que tienen su casa grande en la ciudad en la Puerta de Plasencia.

La imagen viajera inicia desde San Miguel su último gran viaje, hasta donde se le rendirá culto. El 4 de febrero de 1618, aún con aroma a sal marina y a los fuertes olores de la bodega de aquella nao, la imagen es entronizada en el convento trinitario, donde pronto cautivará a todos los fieles que se acercan a rezarle. Cristo roto, sangriento, tumefacto, dolorido. Cristo mártir. Las modestas gentes de la colación se postran a sus plantas pidiendo principalmente salud y buenas cosechas. Aquel crucificado, de amplios brazos, comienza a abrazar a los fieles de la ciudad y la devoción hacía Él, se va acrecentando día a día.

Es Jueves Santo. Día grande en la cristiandad. Córdoba sigue venerando al Crucificado de Gracia. Sigue causando impacto a los que lo ven. Su cuerpo macerado, masacrado y destrozado por aquella muerte injusta, sigue llamando a la devoción de los fieles. Durante todo el año recibe las oraciones en su altar del templo trinitario. Todos los Jueves Santos sale para acercarse al pueblo de Córdoba. Poco a poco avanza su paso donde se conforma el Calvario donde brotan altos espárragos. A los pies de su cruz su Madre Dolorida, quien pide Misericordia para su hijo, confortada por San Juan. La Magdalena desconsolada contempla la escena. Cristo muerto en el madero derrama su gracia por las calles cordobesas. Cuatrocientos años de Gracia.

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