El Amor

La fiesta patronal de El Cerro

  • Hay vecinos que atrasan los habituales estrenos de Ramos a la salida de su Cristo

El Cristo del Amor tiene tal apego a las vidas de los vecinos de El Cerro como lo pueden tener San Rafael o la Fuensanta para los cordobeses y la Virgen de Araceli en el caso de los lucentinos. Prueba de ello es que toda calle de esta barriada de la margen izquierda del río Guadalquivir que no sea Beato Henares o el entorno más inmediato de la parroquia de Jesús Divino Obrero permanece casi desierta en la tarde-noche del Domingo de Ramos. Los fieles y personas en general que residen en El Cerro sienten esta jornada como una especie de fiesta patronal a la que no deben faltar. De hecho, no hay otra fecha en el calendario que concentre a tal número de personas en este enclave del Campo de la Verdad.

Para comprender el peculiar carácter patronal de la procesión del Amor, también presidida por el Señor del Silencio y la Virgen de la Encarnación, basta con tomar contacto con sus vecinos horas antes del arranque de la estación de penitencia. No hay otro tema de conversación que no sea el cortejo que forman los nazarenos de blanco y negro. "¿A qué hora sale el Cristo?", pregunta una vecina. "A las tres de la tarde, como todos los años", responde otra. Es la fiesta del barrio y el día en el que todos juntos cruzan a la otra orilla del río, este año a través del Puente de Miraflores al no poder hacerlo por el Romano como consecuencia de las obras de la Ribera a la altura de esta pasarela.

Aunque hay quien acude en chándal o ropa cómoda de estar en casa, los vecinos de El Cerro visten sus mejores y más vistosas galas en esta jornada tan "especial", como así la define uno de los residentes de esta zona de la ciudad minutos antes de que el diputado mayor de gobierno golpee el portón del templo -este año en compañía de un niño de la cofradía-. Algunos hasta reconocen que el clásico estreno de Domingo de Ramos lo aplazan a la salida de la procesión del Amor y hasta ni se aproximan por la mañana al centro de la ciudad para contemplar la estación de penitencia de la Borriquita.

Pero la peculiaridad de la forma de vivir esta procesión por parte de los vecinos de El Cerro no se queda sólo en la forma de vestir e incluso el nerviosismo con el que algunos de ellos esperan el inicio del cortejo. Es frecuente que muchos de sus vecinos, sobre todo los de la calle Beato Henares, abran la puerta de sus casas para contemplar desde allí, y sentados en hamacas o sillas de salón, el paso de la procesión. El profundo carácter de barrio les lleva incluso a invitar al resto de vecinos a presenciar la procesión desde este punto con objeto de que no pierdan detalle.

Tal es el matrimonio que existe entre barrio y cofradía que los mejores episodios de la estación de penitencia se viven antes de que el desfile llegue a Miraflores. Las mejores chicotás y las dedicatorias más sentidas del capataz se desarrollan por las calles de El Cerro y hasta las marchas procesionales hasta parece que suenan mejor en la margen izquierda del Guadalquivir.

Es un "viaje a Córdoba" o, al menos, así lo ven algunos de los fieles que acuden a la salida y que acompañan a los titulares por el resto de la ciudad. Muestras visibles de esta brecha en el espacio son, por ejemplo, los puentes que separan el Campo de la Verdad del resto de la capital o la vista en la lejanía de la Sierra y la Catedral -en primer término- desde la citada calle Beato Henares.

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