El Perdón

La estela soleada del Perdón

  • La hermandad de la Judería decidió salir y marcó la senda de un buen Miércoles Santo

En el cielo, nubes blancas y mullidas como grandes almohodones amenazantes; en el suelo, en las calles, gente, mucha gente, miles de personas de toda raza, cultura, lengua y condición; y en los balcones, banderas azules de Córdoba 2016 y de Cosmopoética, con versos de Miguel Hernández, infladas por la la intensa ventolera. Apenas pasaban las cuatro de la tarde, y éste era el ambiente que se vivía en el entorno de la iglesia de San Roque, en plena Judería. Allí la pregunta, cómo no, volaba en el aire e iba de unos a otros: saldrá El Perdón o no saldrá. Los antecedentes, desde luego, no eran buenos, ya que apenas un par de horas antes la hermandad de la Piedad, bien armada de cautela, decidió ser paciente, quedarse en casa y esperar a que pase otro año para poder cumplir su gran sueño: llegar por vez primera en su historia a la carrera oficial. Al final, la cofradía de San Roque decidió echarse hacia adelante y salir a la calle y así complacer a toda esa muchedumbre que ya la esperaba. Su decisión marcó el camino del resto de cofradías de un Miercoles Santo en el que, finalmente, la climatología se mostró benévola con las ilusiones de esa gran familia que es siempre una hermandad de Semana Santa.

El Perdón se adentró así en el recorrido que habría de llevarlo hasta la carrera oficial y sus nazarenos y costaleros comenzaron a sentir bien pronto el pegajoso calor primaveral que a esas horas de la tarde se había instalado en la Judería. Ya en la plaza del Indiano, Ángel de Torres según el nomenclator oficial, el paso de Nuestro Padre Jesús del Perdón ante Anás, la imagen de Romero Zafra que se incorporó a la Semana Santa a mediados de los años 90, se encontró con ese ambiente tan particular que se puede vivir en las inmediaciones de la Mezquita-Catedral en estas fechas. Había allí gentes realmente enteradas de lo que acontecía, pero también ese magma tan curioso en el que se entremezclan turistas sorprendidos con su mapita de la capital doblado y grandes bandadas de muchachos que, en estos felices días vacacionales, comenzaban por estas geografías de la capital su largo peregrinar cofrade que, para muchos, habría de alargarse hasta bien entrada la madrugada. Bullicio sería la palabra que define lo que reinaba, aunque la aparición de la imagen de María Santísima del Rocío y Lágrimas, a la que con tanto amor viste Antonio Villar, hizo el silencio y creó esa magia, ese misterio, que siempre acompaña a un paso. La ciudad se abría así para el Perdón, una hermandad valiente, en su largo peregrinar. Ya estaba bien entrada la noche cuando al fin regresó a su templo. Reinaba, cómo no, la felicidad. Buen trabajo.

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