Penas de santiago

El barroco sigue vivo al paso del Cristo de las Penas

  • La plaza de la Corredera, tan bulliciosa como respetuosa, sirve de escenario al cortejo de la cofradía de la parroquia de Santiago camino de la carrera oficial

En la historia de la ciudad encontramos que la plaza de la Corredera es desde hace siglos el lugar de las grandes celebraciones en la ciudad. Este entorno se ha reformado y ha perdido buena parte de su peculiar carácter, pero ayer volvió a ser de nuevo el punto de cita de quienes se unieron en torno a la fiesta grande del Domingo de Ramos.

Al entrar desde la Espartería la plaza mostraba a todos su aspecto más colorista. Los veladores, a tope con quienes tomaban café o apuraban un almuerzo a deshoras por eso de haber estado en el regreso de la Borriquita. Eran las 17:30 y los niños correteaban y gritaban ajenos al control paterno, alguna pancarta pedía desde un balcón el voto para un partido más que minoritario y un joven vestido de colorines tenía montado un taller de globoflexia. La vida naciente del Domingo de Ramos se mostraba plena en la Corredera.

 

En la acera sur de la plaza, junto al Sánchez Peña, el público se ordenaba en dos filas para dejar pasar a los nazarenos del Cristo de las Penas. La severa cruz de guía asomó por el Arco Bajo y quienes querían disfrutar de la procesión lo hicieron y quienes optaron por apurar el descafeinado siguieron sentados bajo la sombrilla. Normalidad y respeto.

 

Los nazarenos negros y burdeos de esta cofradía de Santiago avanzaban sobrios, formales, camino de la carrera oficial, completando una estampa del año que quieran ustedes, pero siempre anterior al obispo Trevilla.

 

El cortejo nazareno lucía sus insignias en metal repujado, bordadas el oro, junto a carteles de Alba Doblas y de Döner Kebab que se vendían a esas horas a buen ritmo por la ventana de la antigua Casa Lopera. La sobriedad de la cofradía no desentonaba en esta plaza bulliciosa después de las estrecheces de la calle del Poyo o la Almagra. El sol, que era apurado por quienes veían la procesión de lejos, resalta las volutas del incienso y hace refulgir la plata mientras los niños corren entre las mesas o piden cera con unas bolas guardadas de años anteriores.

 

Marcando las distancias, al rato llegó el paso de la Virgen de la Concepción. Hizo una parada ante la ermita del Socorro, donde esta hermandad de gloria la esperaba con varas y bacalao. A los sones de Saeta Cordobesa entró en la plaza de la Corredera donde se demostró que la Semana Santa cordobesa de nuestros días no es una imitación de la del barroco sino que es el barroco mismo.

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