viernes santo en la capital

Tumulto viral, devoto y sentimental

  • Pleno de cofradías en una jornada masiva con estampas inolvidables en la Catedral

Viernes Santo de ensueño en Córdoba, penúltima estación de una Semana Santa que comenzó con lágrimas y chubascos y que alcanzó su cenit bajo un clima primaveral. Viernes Santo de devoción el que se vivió, con las cinco cofradías en las calles, pero también de bullicio, de devoción y de palosselfie. Porque hubo durante toda la jornada miles de cámaras fotografiando y grabando para subir al instante a las redes sociales lo que acontecía en diversos puntos de la ciudad, como si por momentos hubiese más cámaras que seres humanos. La Semana de Pasión convertida así al mismo tiempo, cosas del siglo XXI, en fascinación viral por una parte y en recogimiento interno por otra. Contrastes de algo que, por su riqueza y su ubicuidad, es imposible de relatar si no se hace con técnica impresionista, con pinceladas que ilustran una parte de la que se deriva ese todo de religiosidad popular y arte sacro que es imposible de disfrutar en su conjunto.

Arrancó la tarde, como siempre, en Capuchinos, sin riesgo alguno de lluvia y con exactitud horaria. La plaza, metafísica en sí misma, vivía uno de sus grandes momentos del año con la salida del Santísimo Cristo de la Clemencia y la Virgen de los Dolores, la Señora de Córdoba. Mucha devoción mariana allí y durante todo el recorrido, hasta cerca de la medianoche. Mucha intensidad hacia esa Mater Dolorosa de Juan Prieto, dieciochesca y profundamente hermosa en su singularidad, tan servita, tan cordobesa. Acompañaba a la Virgen de rostro dolorido y delicado la Banda de la Estrella, que puso música a un momento tan especial como su entrada en la Catedral, a esa hora a la que el atardecer se confabulaba con la hermandad para escenificar en el cielo un anochecer rojizo, con nubes y brillos. Impresionante entrada del paso por la Puerta del Perdón y no menos inolvidable su salida al Patio de los Naranjos bajo el rumor primero de la noche y la mirada boquiabierta de algunos turistas que la fotografiaban sin saber bien lo que era pero sin dejar de advertir la particularidad de una Virgen legendaria. Volvió Los Dolores hacia la Córdoba de las anchuras, hacia la urbe moderna, para regresar al cabo al misterio de su templo, a San Jacinto, entre un tumulto de día grande, de esos que se fijan en la memoria y no se olvidan.

Sumó también para ello el Santo Sepulcro, que desde la Compañía salió con música de capilla y esa atmósfera funeral que no se disolverá del todo hasta que hoy aparezca el Resucitado bajo la arcada fernandina de Santa Marina. Yacía Cristo en su urna dorada, con ese mismo gesto espiritual que un ser para nosotros anónimo tallase en las lejanías del siglo XV, y levantaba el lamento de los niños, a los que siempre impresiona esta procesión casi que por encima de cualquier otra. La muerte humana en todo su misterio que quedaba subrayada por la finísima música de capilla que acompañaba al cortejo y que le da a esta procesión un aroma de hondura y reflexión tan característico del Viernes Santo en el sentir más profundamente cristiano. Un pequeño incidente hubo con un varal de la Virgen del Desconsuelo, pero no impidió eso que la estación de penitencia se desarrolla con brillantez y que el regreso del Sepulcro a su templo mantuviese también ese sabor íntimo y recoleto a pesar de la cercanía de Las Tendillas, plaza siempre bulliciosa y mundana.

Pero no sólo el Centro tenía protagonismo en la tarde, porque desde el Campo de la Verdad se acercaba el Casco Histórico, primero, y hacia la Catedral, después, la hermandad del Descendimiento. Paso grandioso el de esta cofradía, muy querido por los cordobeses más jóvenes que lo van haciendo suyo, y en especial el Crucificado del maestro Ruiz Olmos, muy conseguido. Atestado su paso por la Judería, hasta hacer incluso incómoda la penitencia del cortejo de nazarenos, y especialmente significado su caminar por el Puente Romano, bajo la luz del día, y por la monumental Puerta del Puente, ya en la noche y cuando la hermandad encaraba un regreso a casa que se alargó hasta una madrugada de relente y de fe. A destacar también la música, con las banda del Caído-Fuesanta y la Esperanza, que de esta forma ponían término a su periplo por una Semana en la que también fueron ellas, un año más, protagonistas.

Silencio sepulcral fue, por contra, lo que acompañaba a la Virgen de la Soledad por las calles de Córdoba. Su hermandad, franciscana y radicada en el barrio de Santiago, se echó a la calle algo pasadas las seis de la tarde y también fue presenciada por una multitud a su salida de la Carrera Oficial, por Blanco Belmonte, el Viernes convertida en hervidero humano, o por la plaza de la Agrupación de Cofradías, amplia en lo cotidiano pero que en días como éste se vuelve angosta. La simbólica Cruz vacía en el monte Calvario y el rostro de dolor de María Santísima evangelizaban sobre un pasaje esencial en el tránsito de Jesús desde lo humano hacia lo divino. Tras hacer estación de penitencia en la Catedral, volvió la Soledad por Lucano, Lineros hasta una calle Agustín Moreno que la esperaba un año más entre el silencio de una noche en la que se comenzaba a avizorar la madrugada.

Completó la intensa jornada cofrade el impresionante Cristo de la Expiración, que tan bien refleja el momento en el que Jesús encomienda su espíritu mientras su vida humana se le escapa en el dolor de la crucifixión. Rostro humanísimo el de esta imagen que salió de San Pablo a la tarde agradable de Capitulares y que levantó un año una devoción profunda con María Santísima del Silencio y la Virgen del Rosario, la fina dolorosa de Luis Álvarez Duarte. Música de capilla y la muy reconocida y reconocible banda de Amueci de Écija para acompañar un cortejo procesional que volvió hacia su templo, tras ser la penúltima en pasar por la Catedral, y ascendió la calle San Fernando arriba con una solemnidad admirable y muy de Viernes Santo, jornada en la que su presencia es esencial por su belleza y su simbología. Bajo la mirada de las columnas del templo romano, símbolo de viejas creencias derruidas, pasó la Expiración como símbolo de una fe, por contra, milenaria y viva.

Pinceladas al cabo, como se avanzaba al comienzo, de un Viernes Santo que podría ser relato desde la experiencia de cada uno de los miles que se echaron a la calle con su librillo, su móvil y sus ganas de vivir y de sentir. Algunos problemas hubo en el tránsito por la Judería que deben dar pie a la reflexión para años venideros, pero la sensación que queda es que el Viernes Santo cordobés es una jornada cuajada y honda. De regreso a casa veía el cronista que escribe estas líneas a un matrimonio entrado en años caminar de vuelta a su hogar. No llevaban paloselfie y es dudoso que algunos de ellos sepa nada de redes sociales ni de smartphones, pero por el cariño con el que hablaban de lo visto y vivido quedaba claro que las estampas del Viernes Santo estaban guardadas en el interior de esa memoria sentimental de enorme potencia que es la sensibilidad y la creencia... y a la que a menudo llamamos corazón.

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