El Nazareno

Silencio y luto camino del Calvario

  • El Nazareno vuelve a emocionar en una estación de penitencia, de unas siete horas, tan distinta a las demás como especial

Las puertas de la iglesia hospital de Jesús Nazareno se abren a la hora anunciada para que el autoproclamado Rey de los Judíos avance en su caminar costalero entre una larguísima hilera de nazarenos de riguroso luto. Una humanidad egoísta lo ha condenado.

Lo recibe -y lo despide a la vez- tallado en piedra en la plaza ubicada frente a esa puerta el padre Cristóbal de Santa Catalina, aquel sacerdote eremita que vivió su vida en la práctica de la oración y el silencio, que fundó la congregación de Franciscanas Hospitalaria de Jesús Nazareno y que murió por infección de la epidemia del cólera en 1690. El padre Cristóbal recuerda aquellas palabras que cuenta la historia que un día le dijo Jesús: "mi providencia y tu fe han de tener esto en pie", como fundamento y garantía de la Obra Hospitalaria Franciscana de Jesús Nazareno, que desea seguir "sirviendo a Dios sustentando pobres" en Córdoba.

Cristo continúa su doloroso caminar entre el luto y una multitud silenciosa que no se atreve a hacer ruido porque sabe que la condena es injusta. Camina soportando el peso de todas las cruces que duelen hasta llegar a atravesar los corazones de quienes lo observan por unas calles de Córdoba que se convierten en aquella larga calle de la Amargura que en Jerusalén concluía en el Calvario. El Nazareno recorre esas calles cordobesas de la Amargura mientras la sangre que brota de su frente atravesada por la absurda corona de espinas no se atreve a manchar su túnica de cola bordada en oro sobre cárdeno terciopelo de seda, confeccionada por las hermanas franciscanas e inspirada en una antigua túnica que lucía anteriormente -francesa de la casa Recamiers y Compañía y fechada en 1773-. Cuentan desde la Hermandad que esta túnica es la que viste en las grandes ocasiones y el camino hacia el Calvario es una de esas grandes ocasiones, porque aunque la razón humana no llegue a entenderlo, el Nazareno vuelve a mostrar que no hay vida sin sufrimiento. Como también vuelve a mostrarlo María Santísima Nazarena, que camina tras él rota de dolor, sin entender por qué su Hijo tiene que morir por una humanidad que como Pilatos se lava las manos, pero repitiendo lo que aquel día le dijo a Dios: no lo entiendo, pero "hágase en mí según tu palabra".

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