Semana Santa

Palmas, olivos y algarabía

  • LA BORRIQUITA.El séquito se aleja poco a poco por Santa María de Gracia buscando el Realejo. La distancia no importa para seguir escuchando la algarabía infantil de los niños hebreos

Cortejo infantil de la antigua hermandad de la Borriquita que salía de la Trinidad.

Cortejo infantil de la antigua hermandad de la Borriquita que salía de la Trinidad. / archivo Cajasur

Todo tiene un principio. La mañana se llena poco a poco de luz. Las tinieblas quedaron atrás. El cielo aparece claro. Conforme el día gana su rutinaria batalla a la noche, se va tiñendo de un azul intenso. Las hojas de los árboles amanecen brillantes. El rocío de la noche ha dejado una pátina resplandeciente sobre ellas. Los trinos de los pájaros amenizan el alborear de un nuevo día. Un día distinto, esperado, ansiado. Es Domingo de Ramos.

Las calles comienzan a cobrar vida. El olor a café recién hecho se mezcla con el aroma a azahar que desprenden los naranjos. Sobre los galanes y vestidores hay ropa de domingo. Ropa tradicionalmente nueva, ya se sabe, "Domingo de Ramos, quien no estrena se le caen las manos". La mocitas no suelen faltar a la tradición. Vestidos floridos, como la primavera, medias de cristal, zapato de tacón y algunas incluso un novio para ir de su brazo en tan brillante jornada, o durante toda la semana, algunos tal vez para toda una vida.

En la Catedral el patio de los naranjos, antiguo de abluciones, es un edén de color y olor. El aroma a azahar es intenso. Los verdes de las hojas muestran una variedad policroma digna de la paleta de un pintor. Las campanas de la torre repican con brío. Su sonido se escucha desde diversos puntos de la ciudad. El silencio no existe. La cristiandad celebra la entrada de Jesús, el Cristo, en la ciudad sagrada de Jerusalén. Un sacristán viejo, con sotana e impoluto roquete blanco, lleva la cruz alzada adornada con ramas de palmera. Tras él los fieles portan ramas de olivo, bendecidas previamente según el ritual tradicional. Les siguen sacerdotes revestidos con los tradicionales ternos litúrgicos portando en sus manos doradas palmas. El obispo, con palma rizada en sus manos, cierra la procesión que se pierde en el interior del templo. La puerta de las Palmas se cierra impidiendo desde fuera ver transcurrir el cortejo por las naves de la Catedral camino del crucero para la celebración de la misa acorde a la liturgia del día.

Lejos de allí, en la collación de San Lorenzo, la vida fluye por sus calles con más intensidad que de costumbre. El entorno es un hervidero. En el ambiente se mezcla el aroma a pan recién hecho en los hornos de leña de la zona así como a tortas y magdalenas, con los propios de la primavera. Las gentes se arremolinan en torno a la de la iglesia salesiana. Estas se abren y un tropel de chiquillería toma la calle vestidos con albas túnicas y turbantes ceñidos por una ancha cinta roja al modo hebreo. En sus manos palmas que se agitan nerviosas a cada paso de los infantes. Las risas y la alegría infantil toman la calle camino del centro de la ciudad. La escritura sacra vuelve a cumplirse un año más. Jesús entra a lomos de una humilde borriquita en la ciudad. La imagen que ha tallado Martínez Cerrillo entronizada en un paso blanco y dorado se centra entre las palmeras de compás salesiano. Antonio Sáez el Tarta, avezado capataz, manda con voz rotunda: De frente viene, dice a sus hombres. El paso avanza hacia la calle. Jesús entra triunfal de nuevo en Córdoba tras años sin hacerlo. El espíritu de don Bosco ha servido de canalizador de la nueva corporación que ha tomado el testigo de la desaparecida que salía de la iglesia de la Trinidad.

El séquito se aleja poco a poco por Santa María de Gracia buscando el Realejo. La distancia no importa para seguir escuchando la algarabía infantil de los niños hebreos, que con sus inocentes miradas, sonríen a todos los que los contemplan desde las aceras. Ellos preceden al Señor y tal vez mañana sean cofrades solventes que perpetúen la tradición y fervor popular y traigan una Palma bendita que derrame lagrimas precursoras de la Pasión de su hijo.

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