Semana Santa

Elegancia y belleza cofrades de Capuchinos

  • La hermandad completa el itinerario hasta la Catedral y regresa a su sede bien entrada la madrugada por los jardines de Colón

Si la plaza de Capuchinos tiene su aquel durante la Semana Santa, la salida de la hermandad de la Paz le pone una guinda al Miércoles Santo, jornada en la que de nuevo esta cofradía de túnica blanca y cubrerrostro blanco con muceta verde deslumbra y hace vibrar a todo el que puede soportar las piedras bajo sus pies en una jornada de unas más que elevadas temperaturas, que invitan a buscar cobijo en cualquier rincón para encontrar una codiciada sombra.

Apenas un cuarto hora de antes de que dé comienzo el cortejo procesional, la plaza y las calles adyacentes de la zona Centro esperan ansiosas al paso del misterio de Humildad y Paciencia y también la salida del palio de la Virgen de la Paz. Un costalero apura el penúltimo cigarrillo y otro le desea suerte. Abrazos que reconfortan para una jornada de oración y de esfuerzo. Qué suerte, pueden pensar muchos, es ésa la de ir debajo de alguno de estos varales, que los costaleros de la Paz llevaron en un más que elegante paso durante todo su recorrido, y por el que recibieron numerosos aplausos; el primero, sin duda, en Capuchinos.

La magia de muchas de las salidas procesionales de Córdoba es el silencio que se produce en cuestión de segundos, nada más ver aparecer al fiscal de horas. Ya sea magia, ya sea educación y respeto, el silencio se hace y logra extenderse en la bulla impaciente, que segundos antes no cesa de hablar, de gritar algunos más que otros y entre la que se escucha, incluso, el número de hermandades a ver durante la tarde, como si se tratase de una auténtica gymkana cofrade. Calla entonces Capuchinos, la pequeña que antes no dejaba de llorar, enmudece, y sale la cruz de guía de la Paz y parejas de nazarenos impolutos, con los cirios sin encender. Calla entonces Capuchinos hasta que sale el paso en el que Jesús es despojado de sus vestiduras y en el que están un sanedrita, los dos ladrones, Simón de Cirene, un oficial romano a caballo y un sayón. Y el silencio se rompe con un aplauso inmenso, con el que la bulla premia a los costaleros; un aplauso que sólo es el primero de una extensa jornada.

Y del aplauso a la espera, que parece eterna hasta que sale la Virgen de Martínez Cerrillo -por cierto, que su hija Maribel no se perdió la salida-, precedida por la escolanía de La Paz. De nuevo silencio. De nuevo la magia. Voces inocentes anuncian la salida de una de las Vírgenes de Capuchinos -en este caso de la del Miércoles Santo-, que emprende su camino entre aplausos y admiración por una inmensa devoción de una plaza que vuelve a su aquel original durante una horas y que se rompe bien entrada la madrugada, cuando muta de nuevo para recibir a los titulares de la cofradía de la Paz, tras su desfile procesional por la ciudad y, por el que de nuevo, llega hasta los jardines de Colón, y que deja una de esas estampas icónicas de la Córdoba cofrade. Pero antes de llegar a su casa bien entrada la noche, la hermandad de la Paz -fundada en 1939 y que aguarda ahora la coronación canónica de su titular mariana- tiene que llegar a la Catedral y hacer el nuevo recorrido de la carrera oficial. Luce inmensa entonces la Paz, luce elegancia y hermosura y despierta la admiración de propios y extraños.

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