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Cofradias

El encanto de un día perfecto

UN día perfecto de Semana Santa es el que permite vivir la ciudad en plenitud y apreciar las distintas Semanas Santas. Por ejemplo, la Virgen del Subterráneo lució ayer la cruz pectoral del cardenal Segura. Se la regaló el purpurado como agradecimiento a un gesto que tuvo la cofradía de la Cena cuando cayó enfermo. El mediador fue el histórico Miguel Román, prioste de priostes, cofrade que tanto hizo por la proclamación del voto de la Realeza. El anillo del mismo purpurado, además, figura en la corona de la Dolorosa. Es una de las pequeñas grandes historias de un Domingo de Ramos perfecto. Usted puede vivir la Semana Santa íntima que conforman estos detalles. Pero también otras muchas que ocurren simultaneamente. Existe la Semana Santa integradora y con tacto, representada por Antonio Ares, el costalero invidente de la Paz, que al llegar ayer a la Parroquia de San Sebastián se encontró con un parte de relevos escrito en braille. No pudo ir con su perra, pero su cofradía tuvo en cuenta su caso singular. Todo un ejemplo que engrandece al promotor de la iniciativa. Pero también existe la Semana Santa de los nazarenos de la Paz, él y ella, que almorzaban a mesa y mantel en la terraza de un estaurante de Gamazo una ración de chanquete con pimientos. ¿No eran ilegales los chanquetes? Todas las estampas son posibles. Y reales. Por mucho que en este caso sea reprobable. Existe la Semana Santa del exorno de yedra, calas, rosas rojas, estatis y antirrinos del paso del Señor de la Humildad y Paciencia, con el monte más suavizado gracias al efecto de la decoración floral, y la de los vendedores ambulantes de bebidas por calles como Viriato o Correduría, por donde no pasan cofradías, pero que sirven como atajo para ir a verlas.

el buen tiempo

Es lo que tiene un día de Semana Santa perfecto. Que la ciudad despliega todas sus Semanas Santas. Y ningún día como el Domingo de Ramos para apreciarlo. Cuando la Paz pasa por la Puerta de Jerez la muchedumbre exclama: "¡Ooooooh!" Un ramillete de globos se recorta en el cielo. "A ese pobre se le ha ido el negocio del día". Mientras, el paso avanza exornado con toda una gama de orquídeas. "Esas flores cuesta un dinero. Aquí no hay crisis". Tras el palio, un piquete con uniformes historicistas, modelo soldaditos de plomo, que tanto gustan a las cofradías.

El cortejo de la Borriquita es un elenco de padres y madres (como diría la clase dirigente políticamente correcta). Se ven muchas bolsas costeadas de la camisería Javier Sobrino o del comercio Neck&Neck. Un pequeño nazareno hace una pregunta que encierra uno de los pilares de la autenticidad de la Semana Santa: "¿Mamá, queda mucho?" Los aguaores de la Borriquita van de función principal de instituto, perfectamente trajeados. Nada que ver con esas imágenes de aguaores en blanco y negro que saciaban la sed de los costaleros del muelle, los que no presumían de musculitos ni llevaban la ropa metida en los ojos.

En días como ayer, puede usted encontrar la Semana Santa en los rostros de esos niños con la cruz de Santiago en el antifaz, o en las setas de la Encarnación al paso de la cofradía de la Cena. La gente entretiene la espera de la cofradía mirando ese "atentado urbanístico" que denunció el pregonero de 2009. Un espectador dice mientras se aproxima el primer paso: "Anda que no se van a resbalar viejas por ahí". Los demás se ríen.

La Cena pasa. Las setas se quedan. Todas esas Semanas Santas tan reales como posibles siguen surgiendo con la inevitable marca de la simultaneidad. Porque en Semana Santa todo ocurre a la vez. La apuesta es obligada. Si usted ve la Cena por la Encarnación se pierde la salida de la Estrella. El exquisito palio de la Cena lleva en la presidencia un cura que no va vestido de cura. Si el cardenal Segura, tan devoto que era de la Virgen del Subterráneo, levantara la cabeza... Por fortuna para el coadjutor Asenjo (que dicen que está empeñado en que los curas vayan de curas), el preste sí iba de preste. Al pan, pan. Y al vino, vino. Los curas, mejor con todos sus avíos. ¿Dónde quedaron esas presidencias eclesiásticas con bonete, manteo y guantes negros? Se recuperan los cántaros de barro, pero no cierta liturgia.

la alameda

La Semana Santa en la Alameda da también para muchas otras Semanas Santas. Puede usted extasiarse con la rica popularidad del primer paso de la Hiniesta. Sumen todas estos ingredientes en un mismo instante: el paso de Cristo perfectamente exornado, la agrupación de Arahal tocando Piedad, el aguaor con el cántaro de barro al hombro como en una foto en sepia de Arenas (pero, lástima, con una camiseta que ponía aguador con todas sus letras), el tío de la escalera pegado a la trasera, el firme de adoquines bañado por el sol, el hombre del carro con las flores y los cirios de repuesto, y una casa en ruinas de fondo de la estampa. Sublime. Ahora bien, también puede rebajar la intensidad de la estampa si incluye a los empleados de la funeraria de Amor de Dios que cubateaban en la puerta del comercio al paso de la cofradía. Usted es libre de elegir con qué Semana Santa se queda. Con la real, o con la auténtica. Pero las dos existen. No pueden ser negadas. Distinto es que alguna de ellas sea interesadamente ignorada.

En esta simultaneidad de Semanas Santas también figura el Ayuntamiento. Por supuesto. En Correduría funcionó ayer uno de los puestos de avituallamiento de agua para nazarenos a cargo de la empresa Emasesa. Eso sí que no es de foto de los Arenas. Las azafatas, debidamente uniformadas, se meten en las filas de nazarenos y les ofrecen vasos con agua del grifo, suministrado por una toma que se abre en el acerado especialmente para la ocasión. El Ayuntamiento hace de samaritano. Los nazarenos con cera beben más que los que portan cruces. Una de las azafatas, Támara, se acerca a un penitente. "¿Quiere un vaso de agua?" Y en plena Correduría se produce una escena propia de Ben-Hur. El hombre de la cruz bebe mientras la azafata espera paciente y cuidadosamente que le devuelva el vaso vacío. Tuve sed y me diste de beber.

Existe también una Semana Santa endogámica, la de los dirigentes cofradieros que se meten hasta los dominios de los fiscales de pasos para que se les dediquen levantás en homenaje a sus respectivas cofradías, pero, qué casualidad, siempre resultan a mayor gloria de ellos mismos. Pero también existe la de la Hiniesta a los sones de Madre Hiniesta en la Cruz Verde, con el sol tamizado como testigo, mientras un bebé de dos meses se ventila el biberón de agua: "Me nació sietemesino y ya está viendo cofradías". Y la Virgen, azul y plata, se marcha.

la alameda

Cerca de las siete de la tarde ocurre otra Semana Santa que no viene ni en guías ni en programas de mano. De elaboración propia. Si existiera la acepación, bien pudiera tratarse de una Semana Santa de autor, la que cada cual vive de forma particular. Usted se pone a esa hora en el tramo estrecho de Feria o en la calle Regina y contempla la cofradía apócrifa que forman los nazarenos de la Amargura camino de San Juan de la Palma. Adultos y menores, ancianos con bastón y de manos femeninas. Todos estilizados de blanco, con la cola recogida en el antebrazo. Inconfundibles. Se ven como un goteo Regina abajo.

Cuando las horas van cayendo, las sillitas plegables se reproducen como champiñones. Volvemos a la otra Semana Santa. La gente se las compra a los chinos, que han sabido sacarle partido a la principal fiesta de la ciudad. A 5 euros la sillita, verdes o azules en su modalidad de trípode con asa. Este I+D de los chinos exprime la Semana Santa como negocio, introduciendo nuevos hábitos en los ciudadanos, como no se le había ocurrido hasta ahora a un sevillano. Las sillitas forman auténticas barricadas que taponan calles por las que hasta hace pocos años se transitaba con facilidad a ciertas horas.

La Estrella se acerca a la carrera oficial por la calle Rioja con Corpus Christi. La Virgen de Gracia y Esperanza lleva rosas blancas. Los chinos han hecho caja con los asientos exprés. Los niñatos de siempre se acuestan en los bordillos y bloquean el paso de los viandantes. Los carritos de niños han tomado el centro. "Mamá, ¿quedá mucho?" Toda una vida. Sí, toda una vida, con todas sus Semanas Santas. Reales y auténticas. Oficiales y de autor. Endogámicas y espontáneas. Idealizadas y profanas. Todas existen y se simultanean siempre que no llueva. Cada cuál vive la suya. Y algunos ni eso.

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