OPINIÓN. AUTOPISTA 61 por EDUARDO JORDÁ

Por amor al arte

En una frutería vi una vez, colgadas en la pared y muy bien enmarcadas, unas imágenes que creí hechas con acuarelas, todas de color rojo sangre. Una representaba el contorno de una mariposa; otra era la silueta de un elefante tristón; la tercera era un cortijo (o un edificio que parecía un cortijo); y la última era un paso de Semana Santa en el que se veía una cruz solitaria. Me acerqué, intrigado, a inspeccionar aquellos dibujos. Y entonces descubrí que no eran dibujos, sino figuras hechas con lonchas de jamón ibérico. Y al lado de aquellas llamémosles “figuras” se veía el nombre y la dirección de su autor, supongo que charcutero o manipulador autorizado de alimentos.

Hay una tendencia innata en los seres humanos a hacer cosas bellas, o que al menos creemos bellas, de la misma forma que todos queremos llevar una vida que no se parezca en nada a la vida aburrida que nos toca llevar (y al contrario, quienes llevan una vida repleta de aventuras sueñan con la rutina de una vida larga y tranquila). Ignoro en qué categoría del arte podemos incluir las figuras hechas con jamón de Jabugo, pero supongo que su autor está convencido de que son hermosas y tal vez dignas de admiración. Por algo las firmaba y las exhibía en aquella frutería. Y no hace falta añadir que cientos de museos exhiben cosas mucho menos interesantes que aquella mariposa de jamón ibérico. Bernard Malamud contaba la historia de un artista que exhibía un asiento de wáter en una galería de arte. Un visitante entraba y le preguntaba al autor: “¿Puede usarse en caso de necesidad?”. “Ni hablar. El arte no es la vida”, le contestaba el pintor (o lo que fuera). El arte no es la vida, de acuerdo, pero uno imagina que el autor (o lo que fuera) de las figuras de jamón se las comió cuando hubo terminado su obra. En su caso, al menos, podían usarse en caso de necesidad.

Y también hay quien hace un arte de inventarse una identidad que no tenga nada que ver con su vida real. Nos gusta tener una segunda vida, o una tercera, en la que podamos hacer todo lo que no podemos o no nos atrevemos a hacer. Por eso chateamos en el “Messenger” con nombres e historias falsas, o nos inventamos un avatar en “Second Life” en el que somos jóvenes y guapos. El arte no es la vida, eso ya lo sabemos. Pero de vez en cuando nos consuela saber que tenemos otra vida –por muy falsa que sea– que pueda usarse en caso de necesidad, igual que aquel cortijo hecho con lonchas de jamón.

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