Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Hacerse mayor

Todo es distinto a como lo recordabas, mejor, pero mucho menos auténtico de como lo disfrutabas antes

Dice un amigo que me enseñó parte de lo poco que sé, que después de los 40 años todo lo que sea estar de juerga más allá de las cuatro de la mañana, supone perder dos días. Santa razón. No hace ni falta llegar al límite; a partir de las dos de la madrugada, todos son miradas a un reloj que parece detenido, que juega en tu contra salvo cuando, pocas horas después, perversamente agazapado te obliga a saltar de la cama poco antes de un "quién me mandaría a mí" que suena a excusa para otra como esa, o mayor. Los gintonics que entraban en procesión saben a colonia de baño a partir de la segunda andanada, justo una antes de "la última" y uno padece arrepentimientos sinceros y eternos durante un día siguiente que no termina nunca.

Los levantamientos del sofá, que llevan ya años acompañados de quejidos, se unen al momento de levantarse; el suelo de la cama parece cada vez más lejos y el viaje hasta la cafetera parece una etapa llana del Tour de Francia a cuyo inventor debemos el auge de la siesta veraniega hasta extremos que su inventor jamás pudo soñar.

Regresas a aquellos lugares donde pasaste buena parte de tu vida y sigue el derrumbe. Nada está como lo recordabas; todo parece mejor, eso sí, con que tampoco te vas a poner tiquismiquis, pero los cambios siguen sin gustarte. En la memoria están lugares más primitivos, menos civilizados, con menos coches, con menos obstáculos para que te comportaras como un auténtico hombre de las cavernas. Todo es más peligroso y el cuidado que antes no tenías, ahora te atenaza.

Te haces mayor y también quienes te rodean. La vida te regala un reguero de pérdidas que te arrancan los recuerdos a mordiscos. Todos aquellos a quienes conocías, a quienes admirabas, a quienes querías, se quedan en un camino que cada vez se hace más empinado. Es entonces cuando esas pérdidas te llegan a lo más íntimo y es entonces cuando te destrozas más por dentro; noches inquieto, la cabeza a mil kilómetros en una cama donde se rompe parte de tu vida, parte de lo que eres y de cómo eres. Intentas respirar cada vez más hondo, pero sirve para poco, salvo para darte cuenta de que el tiempo se te viene encima, que la vida te espera después y que salvo esa cara que te acompaña en el camino y que das gracias al cielo porque esté ahí, te espera solo y es a ti a quien le van a caer una detrás de otra. Te haces mayor y ni la experiencia te sirve para enjugar unas lágrimas que te encharcan los ojos más de lo que recordabas.

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