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La reconciliación nacional hoy

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La reconciliación nacional hoy / rosell

No son pocos los que señalan que es anacrónico seguir defendiendo la reconciliación nacional en la España del siglo XXI. A mi juicio, yerran. No sólo era el intento de cicatrizar las heridas infligidas al cuerpo social durante la Guerra Civil y la dura represión en las tres décadas siguientes, sino algo más: superar la tremenda tradición española, que recorre todo el siglo XIX y la primera mitad del XX, de recurrir a métodos violentos y excluyentes para abordar las discrepancias políticas, sustituyéndola por enfoques genuinamente democráticos.

Muchos de los líderes políticos abordaron con ese espíritu la Transición española y, por eso, procuraron que la naciente Constitución fuese aprobada por la más amplia mayoría posible. Ya entonces quedó claro que no iba a abarcar a la totalidad de las fuerzas políticas, pues tres declaradamente separatistas (la vasca HB, la catalana ERC y la gallega BNG) votaron en contra de ratificarla.

Eso indicó precozmente que iba a ser más difícil coser las heridas asociadas al separatismo que las referentes a la estructura económica y política. Mientras que los franquistas aceptaron que los poderes del Estado emanan del pueblo español (1,2) y que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general" (128), que son mandatos izquierdistas, los socialistas y los comunistas se tragaron que "la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria" (1,3) y que "se reconoce la libertad de enseñanza" (27,1) e incluso que "se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado" (38), que desde luego no son izquierdistas. Hubo concesiones, y de calado, por ambas partes; es decir, hubo reconciliación.

No ocurrió lo mismo con el artículo 2: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas." El punto de fricción fue incluir el término "nacionalidades" para atraerse a los llamados nacionalistas vascos y catalanes, es decir al PNV y al grupo de Jordi Pujol. Se procuró establecer que las nacionalidades eran algo más que regiones, pero sin derecho a separarse de España.

Ya los constituyentes se percataron del riesgo en que incurrían, pero transigieron en aras de la reconciliación. Para confirmarlo basta con recordar lo que dijeron en aquel momento. Dijo Arias Salgado, de la UCD, que "somos conscientes de los problemas que suscita el término nacionalidades, pero también que su desaparición podría engendrar otros mayores". A saber: perder el apoyo de los nacionalistas. Por su parte, Fraga, de AP, rechazó incluirlo por "...el hecho indiscutible de que nación y nacionalidad es lo mismo…". Y adivinaba que los nacionalistas se tornarían en separatistas. A pesar de eso, votó a favor de la ratificación.

No negaban dicha identificación los socialistas, pero opinaban que todo sería para bien de España. Según Peces-Barba, "para nosotros, nacionalidad es lo mismo que nación…Entendemos que esta fórmula es la que puede resolver de manera definitiva la problemática de organización territorial..." Lo ratificaba Reventós, de Socialistas de Cataluña, al decir que "…los constituyentes están preocupados por la palabra nacionalidades… Pretenden conjurar unas posibilidades secesionistas que no existen." Los comunistas también lo veían claro. Según Solé Tura, "el independentismo no es ni puede ser peligro…Se define que España es una nación de naciones".

¿Y qué respondían los nacionalistas? Pues Arzallus, del PNV, conciliaba: "No buscamos ni en la palabra nacionalidades, repito, ni en la autonomía, un trampolín para la secesión". A pesar de eso, el PNV se abstuvo en la ratificación. Y Roca, de la Minoría Catalana, decía que "nacionalidades y nación quieren decir absolutamente lo mismo… espera España entera que, a través de la solución a este problema, no se va a dar una solución disgregadora…"

Ya se ve que todos, centristas, socialistas, comunistas y conservadores, eran conscientes de que estaban constitucionalizando una nación de naciones, pero corrieron el riesgo en aras de la reconciliación. Los separatistas y una parte de los conservadores la rechazaron y los nacionalistas dijeron aceptarla. Un éxito en apariencia.

Hoy, tras el plan Ibarretxe, el Estatuto de Maragall y Montilla, y la declaración unilateral de independencia de Puigdemont y Junqueras, sabemos que los nacionalistas han traicionado el pacto constitucional y han usado contra España, su soberanía y su idioma, las competencias que los reconciliadores negociaron con ellos. Urge, pues, una nueva reconciliación. Y eso que falta el universo Podemos, heredero de las fuerzas a la izquierda del PCE de la Transición, que ya en su momento abominaron de ella. Lo dicho: hay que renovar la reconciliación nacional, pero sin recaer en la pasada ingenuidad. No es un anacronismo.

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