Tribuna

Salvador moreno peralta

Arquitecto

Los prejuicios inmutables

Al menos podríamos intentar que Murdoch advirtiera a su editorialista de 'The Times' que dejara de escribir estupideces y tuviera la decencia de contar la realidad de nuestro país

Los prejuicios inmutables Los prejuicios inmutables

Los prejuicios inmutables / rosell

No hace mucho se emitía por RTVE un programa titulado Españoles en el mundo. Su interés no despejaba un cierto recelo. Por un lado, de la feliz integración de nuestros compatriotas en países alejados de nuestras peculiaridades emanaba un optimismo envolvente acerca de nuestra capacidad de adaptación, de la cordialidad de los anfitriones y de esa Arcadia que parece vislumbrarse en el horizonte de la globalización gracias al conocimiento mutuo y la homogeneización de los valores, es decir, el consumo, para aclararnos.

Pero aparte de esta edulcorada perspectiva que encubría el drama de la emigración, recelaba también del programa porque se emitía justo cuando la crisis y esa brutal prevaricación eufemísticamente llamada "rescate del sistema financiero", asolaron con sus "reajustes" a la clase media y empujaron a la población activa a largarse de aquí. El estrato más alto, trabajadores cualificados y profesionales jóvenes, ya lo habían hecho antes. Ahora el mensaje iba dirigido a capas más amplias: se trataba de demostrar que era más fácil montar un negocio de paellas, de recauchutados o de artesanía en Singapur o en el Serengueti que aquí. Un bonito mensaje del fracaso envuelto en el celofán del éxito.

En cualquier caso, está claro que en el formato del programa no tenía cabida que nadie hablara mal del país y de su población de acogida, habiéndoles ido bien en la aventura. Pero, ya sea desde la veracidad o del amaño, lo realmente importante de este programa, a mi juicio, era mostrar el hecho de que la convivencia con la población autóctona había conseguido borrar los prejuicios mutuos entre países y caracteres, reflexión que parece de Perogrullo pero que no lo es, por tratarse de algo dificilísimo. Es más fácil cambiar las cosas que la imagen que nos hemos hecho de ellas, de ahí que las máscaras acaben siendo los verdaderos rostros. La globalización y la movilidad podrán homogeneizar lo que quieran, pero en todo el mundo subsisten las fronteras de los estereotipos, que son las máscaras de los pueblos. Cuando nos indignamos por la interpretación que en los medios extranjeros, fundamentalmente sajones, se hace de la infamia independentista catalana desde la peyorativa imagen histórica de lo español, sólo hemos de ver los estereotipos que nos hemos fabricado de los ingleses, de los franceses o los belgas, para darnos cuenta de que también tenemos sobre ellos unos prejuicios desfavorables muy difíciles de cambiar, incluso estando hermanados en la identificación plena con la propia UE. Ahí estamos supuestamente unidos en la convergencia política, en la idea de Democracia y en un modelo socioeconómico de corte keynesiano, férreamente compartido, aunque en su configuración haya sido necesario que prevalezca un constitucionalismo racional y cívico sobre la emotividad del hecho identitario, como reconoce Habermas. En ese contexto de ilusionada convergencia, las identidades no hacen más que despertarse como saurios adormecidos, y sólo dejan de ser amenazantes en esos programas de RTVE, en los que, más allá de las intenciones propagandísticas, sus protagonistas ya no tienen estereotipos del "otro", y viceversa, sencillamente porque se han conocido. El conocimiento es el antídoto contra el babélico designio de las identidades.

Al momento de escribir estas líneas está pendiente la extradición de Puigdemont por la justicia alemana. Los independentistas han logrado el objetivo de internacionalizar su causa apostando menos a las razones del derecho que al seguro efecto emotivo de un españolismo genéticamente opresor, según el perfil mediático del estereotipo. Creemos que afortunadamente se equivocan… pero nunca se sabe. Me parece haber escrito en estas páginas que nuestro país se ha dotado de una farfolla normativa lo suficientemente intrincada como para que la acción de gobierno se limite a ver cómo la cumplen sus funcionarios. Para qué gobernar si ya están las normas y los pardillos que las aplican de ocho a tres. Para qué gobernar en Cataluña si ya tenemos jueces que lo hagan por nosotros. Vale, ya sabemos del declive del poder político en España, pero ¿costaría mucho ejercer, al menos, una decidida acción propagandística por parte del Servicio Exterior que contrarrestara la campaña difamatoria de quienes están atiborrándonos de trolls desestabilizadores? No espero diligencia de un gobierno aturdido, ni comprensión de los hispanófobos de nacimiento, pero al menos podríamos intentar que Murdoch advirtiera a su editorialista de The Times que dejara de escribir estupideces y tuviera la decencia de contar la realidad de nuestro país, aunque sólo fuera porque España fue visitada en el 2017 por 19 millones de turistas ingleses y 300.000 de ellos residen aquí, utilizando regularmente nuestros servicios y nuestra sanidad pública, por menoscabada que la haya dejado el gobierno a costa del rescate bancario.

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