Tribuna

Manuel ruiz zamora

Filósofo

La manada populista

Si es verdad, como afirma Heidegger, que la nada nadea, el Consejo de Ministros no es sino la forma que tiene de nadear esa 'Nada absoluta' que es Mariano Rajoy

La manada populista La manada populista

La manada populista / rosell

Dicen que dijo Malraux: "El siglo XXI será religioso o no será". Pues bien, si hay algo que está quedando claro en estos confusos inicios es que la religión que va ganando de momento la carrera es la del populismo. Un populista de tupé impostado se ha encaramado a la presidencia del país más poderoso del mundo y un ejemplar perfecto de populista latinoamericano se viste de blanco en el Vaticano. Nuestro país, por su parte, como ha venido a demostrar el ensordecedor vocerío social que ha desencadenado la sentencia sobre la Manada, es ya un desierto en el que, si no fuera por el Poder Judicial (quién nos iba a decir que un día diríamos que lo único que funciona en España es el Poder Judicial), apenas si crece otra planta que la de la tupida hiedra populista. En España ya da igual que Podemos gane las elecciones: en el plano ideológico tiene todas las entradas vendidas. De hecho, contemplando el inefable baile del pato que se ha marcado el Ministro de Justicia, sólo nos queda constatar que Podemos está ya en el Gobierno. Si es verdad, como afirma Heidegger, que la nada nadea, el Consejo de Ministro no es sino la forma que tiene de nadear esa Nada absoluta que es Rajoy.

Pero pasa lo mismo con el resto de los partidos políticos, por no hablar de nuestros dignos y respetables medios de comunicación, cuyo papel en este asunto se ha reducido, de forma casi unánime, a ofrecer una increíble exhibición de populismo informativo. En vez de informar con seriedad y rigor, y cumplir con sus obligaciones de pedagogía social y análisis crítico, los medios se han apresurado a encabezar el estado de opinión que reclamaba, apenas unos minutos después de dictarse la sentencia, la impugnación tanto de los jueces como del veredicto. Hay portadas y titulares que entrarán ya, por méritos propios, en la crónica anunciada de la muerte del periodismo. Permítanme que les reproduzca, a modo de ejemplo, el párrafo de un artículo de la novelista Elvira Lindo que me parece suficientemente representativo: "Hay jueces y jueces, magistrados y magistrados. Los hay que piensan que la ley es sagrada y que por tanto es su deber apostólico interpretarla en su versión más estrecha; este tipo de profesionales empeñaron esta semana todos sus esfuerzos en explicarnos algo que entendíamos a la perfección pero con lo que estábamos radicalmente en desacuerdo. Hay otros en cambio que son capaces de colgar su toga por un momento para mezclarse con los anhelos de la calle (las cursivas son mías) y tener una mirada crítica hacia el ejercicio de una profesión que a los ciudadanos nos afecta de manera tan sensible".

Se habla mucho de los peligros que, en términos de tergiversación de la verdad, representan las redes sociales, pero, en mi opinión, son precisamente estas las que se han ocupado de aportar una perspectiva jurídica que se nos ha escamoteado en los medios informativos. Quienes tenemos la suerte de contar entre nuestros contactos con prestigiosos profesionales del Derecho, algunos de intachable historial progresista, hemos podido comparar el rigor del análisis jurídico con el imperio de la posverdad que predominaba en los medios oficiales. Y ello nos lleva a lo que, en mi opinión, es más relevante en todo este asunto: los márgenes cada vez más estrechos para la discusión y la libre opinión que, de forma inexorable, está consiguiendo imponer la ideología de género. Muchos de los profesionales a los que me refiero se manifiestan con sordina y casi en secreto por miedo a incurrir en alguna herejía pública que les genere problemas con las innumerables instancias que ha instaurado el Gran Hermano de lo políticamente correcto.

Contra lo que suele afirmarse, el populismo no es propiamente una ideología, sino una metodología de consecución del poder que se sirve de los disfraces más adecuados según el lugar y el momento. En Cataluña, por ejemplo, se ha investido de nacionalismo, mientras que en el resto de España lo hace, entre otros ropajes no tan eficaces, con el de la ideología de género, la cual que es al feminismo lo que el populismo a la democracia. Sus estrategias son siempre las mismas: extender el miedo a la discrepancia en el espacio público y conseguir una suspensión efectiva del Estado de Derecho. Como signo inconfundible de la libertad de espíritu, Kant propugnaba el valor de servirse de la propia razón. Lo que nos reclama el nuevo feminismo es, por el contrario, fe ciega, suspensión de todo sentido crítico, sometimiento incondicional a un ente de ficción sobre el que ni siquiera es posible proyectar una sombra de duda sin ser acusado, en el mejor de los casos, de machismo. Se impone, al parecer, la minoría de edad como única posibilidad de ejercer como sujeto político. Definitivamente, querido Malraux, el populismo es la religión del siglo XXI.

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