Tribuna

Ángel pérez guerra

Periodista

Sí, han despertado al león

Tras tanto tiempo de complejos y timideces, es necesario recuperar la autoestima como españoles. Es inexcusable después del desafío recibido

Sí, han despertado al león Sí, han despertado al león

Sí, han despertado al león / rosell

En los artículos de Rafael Sánchez Saus, excelso docente universitario de los clásicos, historiador benemérito y sobre todo grandísima persona, tenemos siempre destellos que nos ayudan a comprender lo que está pasando, algo que, en definitiva, es lo que quienes escribimos o hablamos -en ocasiones más de la cuenta- constituye nuestra razón de ser. Su proclama acerca del "español anónimo" que colgó la primera bandera en su balcón mueve a pensar, y mucho, que a menudo nos han enseñado, a nuestra generación ya en edad adulta, a venirnos abajo, salvo en un campo de juego que ustedes ya saben cuál es. La remontada de la vocación española, hecha visible en las calles de Barcelona sólo tres días después de la supuesta declaración de independencia y revalidada más tarde, fue como el gran zamarreón que un lejano día de Cuaresma aconsejó el abogado sevillano Manuel Toro en su pregón a los cofrades para salir del muermo, como se agita el cirio cuando acumula demasiada cera líquida para que no ahogue la llama del pabilo. A "espabilar", en suma. En este caso, estamos asistiendo al despertar de una conciencia que parecía muerta pero, como Lázaro, sólo aguardaba las palabras justas -las de la independencia de Cataluña- para pasar a los hechos, salir a la calle y emigrar, como en el impresionante cántico de Garabaín, de la muerte a la luz.

Confieso que durante los días posteriores a la tercera tentativa histórica, también desbaratada, de secesión catalana (esperemos que a la tercera se rindan los golpistas contumaces, aunque es mucha esperanza) mi desaliento iba parejo a mi estupor. Me sentía indignado principalmente con mis gobernantes, que tras haber recibido una lección ejemplar por parte de Su Majestad el Rey, parecían hacer oídos sordos al mensaje y dejaron que los hechos consumados triunfasen. Reconozco también que a día de hoy ignoro si mi convicción de que nunca se debió haber llegado a esto y que la herramienta para evitarlo siempre fue una aplicación más temprana del 155 estaba en lo cierto o no. ¿Y si fracasa la fórmula electoral de última hora para evitar la suspensión completa de la autonomía catalana que demandaba la asonada golpista? Cada día encuentro más averiadas mis hipotéticas dotes de profeta. Aznar lo ha dejado claro: "Las cosas se pondrían peor que antes del 155".

Pero, por mi parte, empiezo a salir de ese estado de amargura en el que me sumió el malhadado paso de los setenta parlamentarios catalanes; se disuelve poco a poco el nudo en la garganta y en el pensamiento que me tenía maniatado y vuelvo a escribir, señal siempre de que la vida sigue, como la fe en ella, y se restablece desde los también necesarios territorios del silencio. No obstante, para mí, y desde que he visto las rojigualdas lucir y ondear al aire de España me consta también que para otros muchos, éste ha sido un episodio sin precedente en nuestras vidas y que quiera Dios no se repita, porque la huella que ha dejado en millones de ciudadanos -y es que antes que eso somos personas y pertenecemos a una cosmovisión común como españoles- va a perdurar en nosotros mientras vivamos, como una sensación de vértigo extraña a nuestra manera de percibir los cosas, que nos convierte también en ajenos a nosotros mismos. Y eso, amigos, es lo más grave que, como comunidad de individuos inteligentes, nos puede suceder.

Repongámonos, sí, emborrachémonos por un día de patriotismo, para enjugar en el vino del orgullo nacional el triunfo de la razón que siempre estará con la unión -"Unión de Reinos", gestada por los Reyes Católicos y embrión de nuestra gran nación- y por lo tanto contra la división. Tras tanto tiempo de complejos y timideces, es necesario recuperar la autoestima como españoles. Es inexcusable después del desafío recibido, del guante estrellado ("estelado") en nuestras caras. Y al día siguiente, como cantaba María Ostiz, a trabajar; es decir a buscar ocupación para nuestra juventud -también para ésa extraviada por los cabecillas de la revuelta- antes de que sea demasiado tarde y cumplan demasiados años. Obviamente, hablo de un trabajo digno, no del que en la actualidad predomina en el mercado español. Porque ésa es la única manera de que, gane quien gane las elecciones el día 21 de diciembre o cuando sea, un país renazca de sus peores pesadillas y conquiste un futuro hermoso para todos, repleto de oportunidades para ejercer la libertad de ser españoles.

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