Tribuna

J. M. PÉREZ JIMÉNEZ, P. E. GARCÍA BALLESTEROS

Inspectores de Educación

Educación y nación

El problema surge cuando el adoctrinamiento en la escuela obedece a fines contrarios a los derechos fundamentales de los ciudadanos

Educación y nación Educación y nación

Educación y nación / rosell

Nuestra vida está repleta de imprevisiones: no elegimos donde nacemos, no elegimos a padres ni a hermanos, no elegimos costumbres y tradiciones que tanto condicionan nuestros quehaceres, ni siquiera elegimos la lengua de la tribu, con la que tendremos que contar lo que somos. Nuestro lugar en el mundo no es más que un cúmulo de casualidades. Cada uno de nosotros, en el lugar que le toca vivir, es instruido, moldeado, aleccionado con formas más o menos explícitas por la familia, los ritos sociales, las creencias... Es decir, somos educados en un entorno informal y azaroso.

A esa educación informal se le adhiere un sistema institucional público y, progresivamente, obligatorio para toda la población, con el surgimiento de los estados-nación en el siglo XIX. He ahí el origen de un sistema ideado como servicio público en el que el Estado diseñará, organizará y controlará desde los contenidos de la enseñanza y la selección de los funcionarios-profesores, hasta la arquitectura de los espacios y los tiempos escolares. Esta genealogía de la escuela explica su actividad actual, sus contradicciones y sus límites, como tan brillantemente demostró el malogrado sociólogo Carlos Lerena.

Desde sus inicios, el sistema educativo ha sido una pieza del engranaje del Estado, dispuesta intencionadamente, entre otros fines, para contribuir a la consolidación del mismo y a la configuración simbólica de la nación: una historia nacional, unos emblemas, sus héroes y villanos, el reforzamiento de la lengua, las celebraciones adecuadas. Todo encaminado a crear conciencia identitaria de grupo que se diferencia de otros y que, intencionadamente exacerbada, incluso puede convertirse en excluyente. Históricamente, así se hizo en las viejas naciones europeas y posteriormente, en las americanas. En EEUU, el himno y la bandera están omnipresentes en los centros educativos.

En el actual Estado español, las comunidades autónomas, con amplias competencias educativas, han hecho uso de la Educación con idéntico sentido, especialmente cuando ha interesado marcar diferencias, aunque en dimensiones y medidas muy diferentes. Por tanto, es un fenómeno común y general el uso del sistema educativo para el adoctrinamiento nacional. En toda escuela se adoctrina en el terreno político e incluso religioso, como es el caso de nuestro país, en el que hasta el campo de las creencias forma parte de la oferta lectiva. El problema surge cuando el adoctrinamiento obedece a fines contrarios a los derechos fundamentales de los ciudadanos, dando lugar a la absoluta perversión del sistema público de educación.

En definitiva, como sistema educativo, la escuela es política desde sus orígenes y lo seguirá siendo, como cualquier institución social, porque lo lleva en su ADN. Pero para evitar su absoluta manipulación por las élites de turno que ejerzan el poder, una sociedad democrática debe acordar los principios y fines de la escuela del siglo XXI, precisamente para salvaguardarla y mantenerla al servicio de toda la ciudadanía y de la democracia. En este sentido: ¿Es necesario hoy formar ciudadanos con sentimiento identitario español, catalán o andaluz? ¿Debe ser el sistema educativo un instrumento para tal fin?

Desde nuestro punto de vista, debe contribuir a transmitir el patrimonio social, cultural y científico entre generaciones pero, a la vez, reinterpretarlo con sentido crítico y reactualizarlo en sus manifestaciones de acuerdo con los tiempos. Es imprescindible que en la escuela se analicen los problemas económicos, sociales y políticos, ya que debe ser parte consustancial de la sociedad y no un ente ajeno, pero sin sectarismos ideológicos, desde todos los puntos de vista y con toda la información disponible.

En definitiva, la escuela de nuestro tiempo y del que está por venir, a pesar de la determinación de sus orígenes, debe formar en lo que necesariamente somos como seres humanos, y no en lo que somos por mero azar. Bien lo expresó Montesquieu en una cita que le debemos a Práxedes Caballero, gran profesor de filosofía: "Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsaría de mi espíritu. Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría como un crimen, porque soy necesariamente hombre mientras que no soy francés más que por casualidad".

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