La tolerancia de un presidente muy intolerante

Sólo la presión lo llevó ayer a rectificar y condenar, dos días después del ataque, a los supremacistas: "El racismo es el mal", dijo

Donald Trump se ha ido de vacaciones a jugar al golf a una de sus instalaciones, pero no ha dejado Twitter. Desde su dormitorio, nada más levantarse e, incluso, recostado, es capaz de provocar una crisis diplomática con una potencia nuclear como Corea del Norte. Casi de modo gratuito. La pieza clave en este conflicto -la única con capacidad para influir- es China, y China había acabado de imponer sanciones al régimen norcoreano, justo cuando el presidente de Estados Unidos comenzó a amenazar con fuegos y llamaradas. El momento no pudo ser peor. La incontinencia digital y verbal del presidente ha logrado que en sólo siete meses su palabra apenas tenga valor. Sigue siendo uno de los hombres más influyentes del planeta, pero su capacidad está muy mermada: nunca se sabe si sus anuncios serán rectificados por sus propios colaboradores y si Trump, una vez oídos, los destituirá. Las dimisiones y ceses han sido una constante en estos 200 días de mandato. Por eso, por su habitual locuacidad y por su afán para opinar sobre casi todo, ha llamado la atención la vaga condena, generalista, que Donald Trump hizo sobre el ataque de un supremacista blanco a una manifestación en Charlottesville (Virginia). A causa de un atropello intencionado, murió una mujer y nueve personas resultaron heridos. Dos policías, además, murieron en un accidente de helicóptero cuando viajaban a la ciudad para controlar una manifestación racista. La tibieza del presidente -criticó inicialmente la violencia "venga de donde venga"- provocó las críticas de los demócratas, pero también de destacados republicanos, como Ted Cruz, Marco Rubio y Newt Gingrich. Sólo la presión lo llevó ayer, dos días después del ataque, a rectificar y condenar en una breve intervención a los movimientos extremistas como el del Ku Klux Klan (KKK) y a los neonazis -"el racismo es el mal", afirmó-. Al país de las libertades no le gusta que un grupo de supremacistas se pasee con banderas con esvásticas, símbolo del régimen que causó casi medio millón de muertos norteamericanos en la II Guerra Mundial. Lo cierto, lo que todo el mundo sabe, es que muchos de estos grupos extremistas apoyaron la campaña presidencial de Trump. Y, de hecho, algunos de los manifestantes dijeron que acudían a la convocatoria para apoyar las políticas que no dejaban hacer al presidente. Uno de los objetivos de todos los presidentes ha sido intentar conciliar los intereses de todos los norteamericanos bajo su mandato, pero Trump parece que no está dispuesto a cumplir con una norma, no escrita, que es la que hace a los hombres de Estado. Definitivamente, el actual inquilino de la Casa Blanca es el dirigente más desconcertante que nunca ha tenido ese gran país.

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