El problema de las viviendas con fines turísticos

Sin demonizar el fenómeno, hay que hacer una seria reflexión sobre las posibilidades y los límites de las VFT

Dentro del llamativo crecimiento del sector turístico que está viviendo Andalucía destaca la aparición de las novedosas Viviendas con Fines Turísticos (VFT), cuya explotación supone una serie de retos para las administraciones públicas, especialmente para la Junta de Andalucía y los ayuntamientos. Actualmente, en el Registro de Turismo de la Junta de Andalucía constan 26.000 de estas viviendas, pero es evidente que estamos sólo ante la punta de un iceberg que puede ser mucho más amplio debido a que muchas de ellas no están regularizadas (lo que se consigue con una simple declaración responsable). En los últimos tiempos, hemos visto como las VFT han dado el salto de los barrios turísticos, como los cascos históricos o las áreas costeras, para llegar a otras zonas urbanas que tradicionalmente han estado vinculadas exclusivamente a usos residenciales de las poblaciones nativas y no es raro ver a turistas en lugares donde en otros tiempos era impensable. El fenómeno es ya imparable y merece una seria reflexión por parte de las administraciones y la sociedad en general sobre sus posibilidades y limitaciones.

Antes que nada hay que evitar demonizar el fenómeno. Los propietarios de los inmuebles tienen derecho a buscar la mejor explotación de sus propiedades para generar unos recursos que, a la larga, repercuten en toda la sociedad. Nos guste o no, Andalucía hace tiempo que dejó de ser una economía agraria para convertirse en una economía turística, y para muchas personas que tienen sus ahorros invertidos en propiedades inmobiliarias la figura de la VFT es una auténtica oportunidad de negocio. Pero eso no significa que no plantee problemas y conflictos que hay que evitar, como la presión al alza que ejerce en los precios de los alquileres o los problemas de convivencia con los vecinos debido a los malos usos de las VFT que, a veces, hacen los turistas, especialmente cuando son jóvenes y buscan la diversión nocturna (ruido nocturno, actitudes indecorosas, etcétera). Como en tantos asuntos, el problema no es tanto la existencia del fenómeno como la falta de control y de regulación. Cuestiones tan variadas como la mejor inspección fiscal de estos negocios, la necesidad de abrir un debate sobre si se deben o no poner cupos por zonas para evitar la expulsión del vecindario tradicional y su consiguiente desnaturalización, el mayor control de las plataformas digitales que comercializan las VFT o la mayor corresponsabilidad de sus propietarios para evitar los desmanes de sus inquilinos, entre muchas otras, son cuestiones que están sobre la mesa. Es hora de empezar a darles respuestas.

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