Es hora de tomarse en serio el déficit

La reducción del déficit debe venir más de la disminución del gasto público que de la subida de impuestos a personas y empresas

Por aplazarlos los problemas no desaparecen y, tras un año de Gobierno provisional, España debe enfrentarse ahora a la ineludible tarea de reducir el déficit para acompasarse al resto de los países de la Unión Europea. En concreto, Bruselas cree que nuestro país tendrá que recortar unos 7.700 millones de euros si quiere asegurar su compromiso de llevar el déficit al 3,1% en 2017.

En primer lugar hay que considerar positivamente el compromiso del ministro de Economía, Luis de Guindos, de cumplir, al fin, con el objetivo marcado por la Comisión Europea. España pertenece por voluntad propia a la UE y debe regirse por las reglas de la misma, más aún cuando somos el único país cuyo déficit supera el 3%, dato del que no debemos estar muy orgullosos. Si algo ha demostrado la crisis económica es que unas cuentas públicas saneadas y en orden son fundamentales para afrontar los peores momentos.

La pregunta que surge es: ¿cómo va el Gobierno a conseguir un recorte de 7.700 millones de euros? Es evidente que sólo hay dos caminos: o aumentando la recaudación, lo que se logra subiendo los impuestos directos e indirectos, así como mejorando la lucha contra el fraude fiscal; o recortando el gasto público, algo muy complicado con la actual aritmética parlamentaria, más sabiendo que el único aliado más o menos fiable del PP, Ciudadanos, es contrario a esta medida, aunque es cierto que, según el pacto entre ambas formaciones, se deberían ahorrar unos mil millones en 2017 al eliminar duplicidades administrativas.

Aunque el Gobierno confía en que el crecimiento económico aminore el problema, lo cierto es que tendrá que tomar medidas importantes, las cuales, a nuestro entender, deben centrarse más en el recorte del gasto público que en aumentar los impuestos tanto a los particulares como a las sociedades, lo que supondría un duro palo al consumo y a la recuperación experimentada por las empresas. Parece evidente que en las distintas administraciones todavía quedan muchos campos en los que ahorrar dinero, no sólo en la eliminación de duplicidades, sino en gastos totalmente superfluos que de nada sirven para el mejor funcionamiento del Estado. Es hora de tomarse en serio la reducción del déficit y de acometer el tan cacareado adelgazamiento de una Administración que todavía sigue teniendo un tamaño superior al necesario.

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