La caza del currículum

Una sociedad que desconfía de sus élites se aficiona peligrosamente a dispararse en el pie a la hora de elegir lo correcto

La caza del currículum del político no es un capricho periodístico del momento. Que lo que en apariencia pudiera parecer un caso menor, el de Cristina Cifuentes, en comparación con las tropelías vistas, se haya convertido en un eje central en el foco de la sociedad española se debe a que de lo que se está hablando es de uno de los principales problemas de España como país. Habla de la formación, la meritocracia, del complejo de inferioridad y, sobre todo, de la picaresca. A raíz del caso Cifuentes, de hecho, han trascendido otros no menores, como el del portavoz popular gaditano, Ignacio Romaní, que subvencionó, a través de Aguas de Cádiz, un trabajo sobre Responsabilidad Social de la Empresa que dirigía el mismo profesor al que le pidió sobre la marcha que dirigiese su tesis sobre el mismo asunto. O el caso de la alcaldesa de Córdoba, Isabel Ambrosio, que ahora atribuye a un error involuntario que dentro de su currículum apareciese una diplomatura en Magisterio que no posee. Tras saltar la polémica, ahora explica que este fallo se debe a "un error involuntario por un cruce de datos", pero el problema es que la ciudadanía ya no sabe a qué atenerse.

El grave daño que se causa tanto a la imagen de los políticos como a la de la universidad española se ve acentuado con el poco cuidado que ponen los distintos partidos a la hora de conocer a fondo la trayectoria de sus propios cargos. Y en lugar de reflexionar, la clase dirigente se limita a asegurar que desconocían el currículum de sus cargos cuando no a defender lo inaceptable. El PP, sin ir más lejos, ha visto la posibilidad de salvar a Cifuentes basándose en los casos que han aparecido de otros políticos que presuntamente falsificaron sus currículums. Incluso invita a PSOE y a Ciudadanos a expulsar de sus filas a José Manuel Franco y a Toni Cantó, respectivamente, si se demuestra que falsificaron sus expedientes.

Conocer todas estas situaciones aumenta la desconfianza en cualquier universidad, que ya arrastra el sambenito más que justificado de la endogamia. Lo que supone para cualquier mortal un esfuerzo intelectual y económico es para determinados políticos un vehículo para adornar unas trayectorias académicas aparcadas, porque todo el esfuerzo ha estado dedicado a medrar dentro de otras instituciones igualmente denostadas, como son los partidos políticos. Todo esto es una generalización, pero ésa es la espita que abre el caso Cifuentes. Si el máster, la licenciatura o el doctorado son una medalla a los servicios prestados, mal vamos porque la duda, a partir de ahora, recaerá sobre cualquier título. Y una sociedad que desconfía de sus élites se aficiona peligrosamente a dispararse en el pie a la hora de decidir qué camino tomar.

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