Meterle un gol a la violencia en el fútbol

Desde que comenzaron a funcionar en los 80, los grupos ultras de aficionados al fútbol se han convertido en un auténtico problema

Ena serie de acontecimientos recientes han hecho que el fútbol vuelva a aparecer en los medios de comunicación por razones muy distintas a las deportivas. Casos como la salvaje agresión a unos aficionados de la Juventus por los Biris (ultras del Sevilla F. C.) o las amenazas y presiones recibidas por el jugador ucraniano Zozulya por los Bukaneros (exaltados del Rayo Vallecano), nos vuelven a poner ante la evidencia de que, pese a que se han realizado esfuerzos reseñables en la materia por parte de las autoridades deportivas y de los clubes, la violencia física y verbal no ha sido aún desterrada de los estadios de fútbol y sus alrededores. No es cuestión de señalar a un equipo o a otro. Prácticamente, todos los clubes españoles han albergado en sus aficiones algún grupo violento, por lo que la solución debe ser colectiva y no individual. En este sentido, es muy importante que los aficionados en general, aquellos que quieren disfrutar en paz de un espectáculo tan hermoso y emocionante como el fútbol, rechacen con energía a los grupos violentos y se les haga el vacío más absoluto. Por desgracia, esto no es siempre así. Los clubes, las peñas, los medios vinculados a los equipos y los forofos a título individual deben hacer una labor pedagógica con los más jóvenes para enseñarles que el fútbol es un juego para disfrutar en paz, y que la primera víctima de los grupos violentos es el espectáculo y la diversión.

Desde que comenzaron a funcionar en los ochenta, los grupos ultras de aficionados al fútbol se han convertido en un auténtico problema social y policial, no tanto por la exhibición de símbolos y proclamas de extrema derecha o izquierda -lo que suele ser una mera excusa sin ninguna sustancia-, sino por su deriva hacia la delincuencia más común de algunos de sus miembros. Como decíamos antes, ya se ha avanzado mucho en comparación con décadas anteriores, pero a la vista está de que todavía hay que darle la puntilla a un movimiento que nunca debería haber prosperado y que, si lo hizo, fue debido a la pasividad -cuando no con la complicidad- de la mayoría de los clubes españoles, que querían apuntarse a la moda de tener grupos de hinchas radicales que animasen sin parar y acompañasen a los equipos en sus desplazamientos por la geografía nacional. Autoridades, entidades y aficionados tienen la obligación de meterle un gol más a los grupos violentos que prosperan en las gradas de los estadios , y ese gol debe ser el definitivo.

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