Cataluña: golpe al parlamentarismo

La reforma del reglamento de la Cámara catalana es, ante todo, un golpe al parlamentarismo más elemental

El Parlamento de Cataluña dio el miércoles un nuevo paso hacia el abismo al aprobar -con el exclusivo voto de las fuerzas secesionistas- una inadmisible reforma del reglamento de la Cámara que permitirá tramitar con urgencia una ley si lo solicita un solo grupo -y no la totalidad, como se establece actualmente-, mermando drásticamente la posibilidad de un debate sosegado sobre la misma y privando a la oposición de su derecho a presentar enmiendas. Esta reforma la han impulsado los nacionalistas con el fin de activar con las mínimas dificultades tanto la ley del referéndum como la de la transitoriedad jurídica, los dos pilares con los que se quiere dar el pistoletazo de salida a una hipotética independencia de la comunidad autónoma catalana.

Independientemente de la opinión que nos merezca el llamado procés y de su flagrante inconstitucionalidad, esta reforma del reglamento es, ante todo, un golpe al parlamentarismo más elemental, y mina, por tanto, uno de los pilares básicos de toda democracia. Los nacionalistas aprovechan una circunstancia coyuntural, como es su mayoría en la Cámara catalana, para imponer una reforma en la que se niega a los parlamentarios de la oposición su derecho y capacidad a discutir y enmendar unas leyes en las que se pone en juego el futuro no sólo de Cataluña, sino de toda la nación española en su conjunto. El escándalo es tal que provocó ayer la unanimidad del Consejo de Estado, que, a solicitud del Gobierno, emitió un dictamen en el que considera que existen fundamentos jurídicos suficientes para recurrir ante el Tribunal Constitucional (TC) la reforma aprobada el miércoles. De hecho, probablemente, el Consejo de Ministros aprobará hoy dicho recurso.

Los independentistas catalanes deberían abandonar cuanto antes la continua vulneración de los principios más elementales de un Estado democrático. Más allá de sus legítimas ideas y reivindicaciones, deberían plantearse hasta qué punto merece la pena dañar gravemente los mecanismos parlamentarios para alcanzar sus objetivos. El hipotético Estado que naciera de ese proceso no podría exhibir las más elementales garantías democráticas, algo que no debe importar mucho a los miembros de la CUP -una formación antisistema claramente antiparlamentaria- pero que sí debería hacerlo a los parlamentarios de la antigua CDC y de ERC. Construir una patria contra la democracia es construir una pesadilla.

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