AZNAR sigue mintiendo. Lo hace con frecuencia parvularia, insiste y se recrea, porque Aznar es el niño que se cree sus propias mentiras. Después de su paseo sideral por el Congreso de Valencia, de estrella recogida en el jardín como en la canción de Mari Trini, ha vuelto a arremeter el presidente honorario del PP contra el hombre al que designó, dedazo alzado, como declarado sucesor, como figura llamada a comandar la herencia de ocho años de esplendor. Ese esplendor existió, y Aznar fue un gobernante con talento para lograr, con Europa, la línea convergente con el euro. Aznar fue el laborioso economista capaz de hacer cuadrar las cuentas estatales oscurísimas, pero también fue aquel iluminado que se empeño en llevarnos a la invasión de Iraq, que era un tema olvidado hasta que Aznar volvió a mencionarlo, hace dos días, en la entrevista de Ernesto Sáenz de Buruaga para Telemadrid. Aznar, en su viaje al pasado, se olvidó de que todos, incluidos sus colegas Bush y Blair, viajaron al futuro con nosotros, y tanto desde el entorno del ex primer ministro como desde la Casablanca ya se ha reconocido que en Iraq no hubo armas de destrucción masiva, que era la bandera enarbolada por toda la tropa, antes de lanzarse ante la tarta humeante pujada de petróleo y tierra seca.
En la entrevista de anteayer, Aznar aseguró que se trataba de "estar con los mejores" o no estar, y volvió a hablar de terrorismo relacionándolo con el régimen de Sadam Hussein, que tenía todos los defectos posibles de este mundo, salvo el del terrorismo, que sólo llegó a Iraq desde la guerra. Aznar sigue hablando de terrorismo para justificar la invasión de Iraq, cuando hasta Bush y Blair ya no lo mencionan, y ahora nos comenta que se trataba de "estar con los mejores". Los "mejores", entonces, eran George W. Bush, el peor presidente de la historia de EE.UU., famoso por atragantarse con una galleta y esconder la cara, acobardado, cuando estaba dando una charla en un colegio y le fue comunicada la noticia del atentado contra el World Trade Center, mientras seguía contando un cuento a los alumnos como si no pasara nada; Blair, su gran sombra sumisa, con un falso carisma de cascarón vacío, y Silvio Berlusconi, que hace que cualquier Estado de Derecho se convierta en comparsa bananera. Estos, para Aznar, eran "los mejores del mundo", como si estuviera hablando de Batman y Superman, de Jordan o Nadal, de Ryszard Kapuscinsky o de Paul Auster.
Aznar desperdició su posible legado arrojándolo a las letrinas de Guantánamo, justificando los bombardeos continuados sobre la población civil y haciendo la vista gorda sobre la expresión espontánea, contundente y masiva, de la población española gritando el infinito "No a la guerra". Aznar sigue en la misma verdad emponzoñada de esos días.
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