28-F: veneno sentimental

Envueltos en la bandera vamos al sitio conocido: a ver a los de siempre en el tablao y a los damnificados dando palmas

Supongo que soy uno de los muchos andaluces que ayer se emocionaron escuchando a India Martínez y a Arcángel cantar el Himno de Andalucía en el acto del 28-F. Era verlos allí y recordar los viejos años de la escuela. Verlos y sentir a borbotones el amor por esta tierra nuestra, aunque también el dolor. Porque de eso, de sentimientos y de identidad emocional, está Andalucía sobrada, algo que, sospecho, no ocurre en el aspecto racional. La autonomía parece hoy por el contrario un ente que se hubiese creado como discurso sensiblero desde arriba, mientras que el discurso racional se ha ido desdibujando entre la inoperancia, la ausencia de liderazgos, las suspicacias interprovinciales, la dependencia y la golferancia. Y es que caraduras pintados de verde y blanco y con la cuenta de ahorros llenita hasta los topes hemos visto por aquí demasiados. Trato por ello hoy de alejarme en lo posible de cualquier sentimiento arrebatado y me da por pensar - y eso por mucho que considere que el arte es una de las pocas cosas salvables de esta vida- que quizá en esta tierra más que poetas, cantantes y pintores, que de eso vamos sobrados, lo que hace falta ahora son más ensayistas, más economistas, más historiadores, más ingenieros, más científicos, más profesores y más gestores eficaces y alejados del tradicional discurso de vendedor de crecepelo. Digo al cabo que la bandera, el himno y la doctrina que de niños aprendimos se puede estar volviendo en nuestra contra si con ello nos alejamos del pensamiento crítico y de la cruda verdad, que no es sino la escasa influencia de Andalucía y la ausencia de estrategia seria, pues desde hace años aquí nos movemos a golpe de interés electoral, con un neolenguaje político fatuo y bajo el signo de la mediocrecracia cínica. Lo mejor para esta tierra es pues que los fastos del 28F pasen para que cual vuelva a su afán sin tanta emoción corriendo por las venas. Envueltos en la bandera sentimental no vamos a ningún sitio que no sea el ya conocido: el de ver a los de siempre subidos al tablao del privilegio mientras los damnificados tocamos palmas por estúpidas alegrías. El chovinismo folclórico es un veneno dulce al que tenemos que renunciar.

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