NO hay motivos de consuelo en la macroestafa (37.500 millones de euros) de Bernard Madoff, el financiero judío norteamericano que empezó como vigilante de la playa y se ha aprovechado de la inoperancia de los vigilantes de las finanzas USA para engatusar a miles de personas entregadas a la codicia y atacadas de ingenuidad irresponsable.

Sí, ya sé que la primera reacción del común de la gente ante el descubrimiento de este megachiringuito inversor se debate entre dos sentimientos complementarios que se resumen en dos frases hechas: "constato que no me afecta" y "los ricos también lloran". Vamos, que el ciudadano corriente siente que no tiene nada que temer porque no acostumbra a invertir en fondos de alto riesgo -ni de ningún riesgo- y mucha ganancia presunta, y disfruta de una especie de venganza psicológica al conocer que los perjudicados pertenecen a un estrato social que históricamente nunca pierde del todo.

Pero la realidad siempre está presta para arruinar un buen prejuicio. Conforme se indaga en el plantel de los perjudicados por la pirámide de Madoff (pagaba altos intereses a los inversores con el capital aportado por los nuevos inversores... hasta que no queda nadie más a quien engañar y la bola deja de crecer) comenzamos a entender que no hay nada de qué alegrarse. Por un lado, los ricos de verdad no son tan tontos como para meter todo su patrimonio en este tipo de fondos peligrosos, sino sólo una ínfima parte, lo que reduce el daño sufrido en muchos casos hasta la insignificancia. Por otro, Solbes anunció ayer que el fraude ha perjudicado en España a tres compañías aseguradoras y nueve fondos de pensiones. No es mucha la cantidad: 38 millones de euros. Pero afecta a criaturas que han metido sus ahorrillos para el futuro en esos fondos que nunca sabe uno muy bien cómo se administran. De modo que el mal causado por Madoff no ha sido nada selectivo ni clasista. Perjudica a unos más que a otros, pero perjudica. Como casi todo lo que viene pasando desde hace meses en la economía y las finanzas.

Y lo peor: perjudica a la credibilidad del sistema. Si el judío seductor y filántropo, presidente del Nasdaq (la bolsa electrónica), del que todo el mundo se fiaba y al que la autoridad supervisora de Estados Unidos mimaba, hasta el punto de no hacer caso de las denuncias que recibía contra sus prácticas, ha montado lo que ha montado, ¿en quién puede uno confiar? ¿quién se atreve a entregar los ahorros de toda una vida a ese banco que promete más rentabilidad que ninguno o a ese fondo que los invierte en nadie sabe dónde? La confianza, y el interés, son la base de nuestra economía.Si los dos fallan, esto se hunde. ¡Qué racha!

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