CUANDO Guillermo Carnero desempolvó hace casi cuatro décadas la obra del grupo Cántico no sólo encarrilaba el futuro reconocimiento de los poetas que lo componían, sino que también creaba un elemento que durante un tiempo sirvió como arma arrojadiza entre las generaciones que se dedican al difícil arte de la poesía. Mientras por una parte se revalorizaba y se premiaba una producción literaria, por otra quedaba muy bien el desdén hacia todo lo que fuera el grupo Cántico. Parecía rebelde y provocador levantar la ceja y marcar distancias con este entorno. Pero los reconocimientos y los premios de verdad no han dejado de llegar, afortunadamente, como acaba de suceder con Pablo García Baena. Al fin, aquellos que relativizaban el mérito del grupo poético cordobés han tenido que reconocer públicamente su valía. Un detalle que les honra.