Plaza nueva

Luis Carlos Peris

Un torero de otra época

DECÍAMOS aquí mismo la semana pasada que la premisa principal del torero es que el toro no lo coja, que eluda las acometidas del animal y no de cualquier forma, sino con donosura y valor. Y venía a colación por lo que significa en el toreo actual un torero que es cogido todas las tardes y que se ha convertido en el indiscutible motor emocional del gran espectáculo que es la corrida de toros. Se trata, claro, de José Tomás, ese hierático torero de la Sierra de Madrid que el pasado jueves, festividad de los santos Bonifacio y Florencio, reventó literalmente la plaza de Las Ventas para asir con una autoridad incontestable el cetro del toreo. Ya ni premisas taurómacas ni gaitas, a ver quién discute la figura de un torero como éste, de un torero que parece de otra época y que emociona como hace mucho tiempo que no lo aparecía un tipo vestido de seda y oro con esa capacidad para asombrar a unos tendidos abarrotados.

Poniéndose donde los demás colocan la muleta, José Tomás se ha hecho con un sitio de privilegio en el día a día de este país tan víctima de tantas agresiones como recibe. Crisis, recesión, el recibo de la luz, huelgas de todo pelaje, la cesta de la compra, la ya utópica indivisibilidad del Estado, pesadillas de todo tipo y la figura de un torero que hace que la historia se repita. Salvando las lógicas distancias y sin ánimo de comparar con la negrura dramática de una posguerra, José Tomás lleva camino de significar en el escenario patrio algo así como lo que significó Manolete en los cuarenta o el Cordobés en los sesenta. El primero en tiempos negros de racionamientos, gasógenos y estraperlo; Manuel Benítez en aquella década que en el mundo fue prodigiosa y que en España se edulcoraba de forma artificiosa mediante la compra de un seiscientos y el eufemismo sarcástico de los 25 años de paz.

José Tomás es el único icono que puede competir con los del fútbol. Viendo cómo rugía Madrid la otra tarde, comprobando cómo el toreo volvía a la primera página de los periódicos y cobraba importancia en los telediarios a pesar de que el torero no había sufrido percance alguno, viendo todos estos detalles, la figura del hierático torero madrileño se hace con la misma relevancia que tuvieron en sus respectivas épocas Manolete y el Benítez. Épocas que no tienen nada que ver con esta que vivimos, pero que también necesita de ese becerro de oro al que adoran las multitudes. Decíamos el otro día que ¿a cuánto salía la paliza de cada tarde? Pues ni se sabe, pero tras lo de Madrid en la tarde del jueves ya nada importa. Se ha consolidado un ídolo para mucho tiempo, quizá para el tiempo que él disponga o que el toro descomponga, que nada es descartable en este José Tomás que ha logrado lo que parecía impensable, devolver el toreo a un lugar de privilegio en la sociedad.

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