A estas alturas del triste episodio del máster, pocas dudas hay de que Cristina Cifuentes no será, salvo voluntad deliberada de derrota, la candidata del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid y que, muy posiblemente, no llegue a las elecciones de 2019 como presidenta. Un asunto menor mal gestionado desde el principio puede terminar con su carrera política, no tanto por no haber ido a clase ni haber hecho los exámenes o por haber disfrutado de un cierto trato de favor, ni siquiera por la cada vez más fuerte evidencia de que ni hizo el célebre trabajo de fin de máster ni hubo defensa del mismo ni se reunió el tribunal o de que se falsificaron las actas de la reunión, sino por la sensación generalizada de que pretende hacernos comulgar con ruedas de molino y tratarnos como estúpidos, especialmente a los votantes del PP.

Antes o después, una buena presidenta de Madrid cuya lucha contra la corrupción parece haber sido titánica caerá. Sucumbirá a la presión de la prensa y de gran parte de la sociedad pero, sobre todo, a la sorda presión que ejercerán quienes el año viene pondrán su cara en los carteles electorales para tratar de conseguir gobernar en autonomías y ayuntamientos a lo largo de toda España, conscientes como son de que polémicas y escándalos como éste ahuyentan a un electorado ya de por sí a la fuga. Es una lástima que Madrid pierda así a su presidenta, pero el cúmulo de falsedades, medias verdades y pequeñas corruptelas del caso no conducen a otro lugar.

Cuestión distinta es cómo se producirá esa caída. Y aquí el papel protagonista lo tiene Ciudadanos. Sin duda la pura estrategia les aconsejaría dejar a una presidenta débil, sin apoyos y con una credibilidad manchada, pero ello chocaría con su discurso de regeneración. Ese discurso podría llevarles a plantearse el apoyo a la moción de censura lanzada por la izquierda pero ello chocaría con la voluntad de los madrileños, que no quieren mayoritariamente un gobierno social-podemita. Apoyar esa moción constituiría no sólo una afrenta a la voluntad de los madrileños, sino un suicidio en toda regla que, con seguridad, llevaría a esos amplios sectores del centro y del centro derecha a repudiar la idea -votarles- que a la mayoría se le ha pasado en estos últimos tiempos por la cabeza.

Dice Cospedal que hay que defender lo nuestro y a los nuestros. Si lo nuestro es garantizar que los catalanes que lo deseen eduquen a sus hijos en español, bajar impuestos o despolitizar la justicia no puedo estar más de acuerdo; el problema es que a veces parece que lo nuestro se limita a cantar soy el novio de la muerte el Jueves Santo. Defiendan lo nuestro, sí, y dennos por favor argumentos para seguir votándoles.

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