Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El suicidio de Papá Noel

PAPÁ Noel, o Santa Claus o como se llame, ha ganado el pulso fantasioso. Papá Noel, o Santa Claus o como se llame, se ha impuesto al final a los tres Reyes, que vinieron de Oriente vía camello para desenmohecer la realidad. Los Reyes Magos, o simplemente los Magos, andan despistados estos días, porque a la mayoría de las casas ya ha llegado Papá Noel. Todo esto beneficia, en primer plano, especialmente al niño, que viene a hacer doblete en los regalos. Papá Noel ha vencido porque, en los tiempos que corren, la simpatía se ha impuesto a lo enigmático. Papá Noel es un personaje muy alegre, cercano, bonachón, con una risa cuajada como su panza roja y pendular, como la borla de su gorro ingrávido, que no requiere esfuerzos especiales. Para comprender a Papá Noel, sólo hace falta beber mucha Coca-Cola en Navidad: esto es una gran verdad, cimentada tras años de metralla televisiva y blanca. Para comprender a Papá Noel, o Santa Claus o como se llame, sólo hace falta ser algo vulnerable a lo sencillo, dejarse seducir por la alegría simple y extendida que viene a ser la base de estas fechas.

Este Santa Claus siempre ha parecido algo bebido. Con su carcajada sorda, plena sobre el eco repetido, con sus chapetas fúlgidas, vinícolas, siempre ha recordado a esos imitadores viejos de Ernest Hemingway que se reúnen una vez al año, portando todos ellos unas barbas postizas encanadas, muy medidas, para ponerse beodos recordando el tiempo en el que Hemingway bebía. José Luis Castillo-Puche, su gran amigo, rescató una vez una afirmación de Ramón J. Sender sobre el americano: "Hemingway puso tanto empeño en parecerse a Hemingway que, cuando no lo consiguió, se pegó un tiro".

El aforismo biográfico cultivado por Sender podría aplicarse también a Santa Claus el día que descubra su gran fraude, cuando comprenda que el suyo es un mero prestigio comercial, mientras que los Magos pertenecen a esa regia estirpe de lo onírico, de una verdadera historia emocionante nacida del misterio impredecible. El día que Papá Noel, o Santa Claus o como se llame, descubra que los buenos son los Magos, no le quedará más remedio que desistir de ser esa gran farsa, la de una simpatía sin carácter: aparcará el trineo, soltará luego a los renos y empezará a beber como Ernest Hemingway. Y entonces sus mejillas serán rojas, se irá de picos pardos y contará su historia en bares de reputación dudosa. Quizá entonces comience a ser interesante, porque toda su falsa bonhomía, su cáscara de gozo artificial podrá volverse humana, más sentida, cuando tenga una historia algo emocionante que contar.

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