Hace apenas dos meses, un hombre fue encontrado muerto en su casa del barrio madrileño de San Blas cuando iban a desahuciarle. El cuerpo estaba momificado y había fallecido cuatro años antes. Nadie le echó de menos hasta que el personal del Juzgado se personó en la casa ante los impagos que este vecino de 56 años arrastraba. Hace uno días, la primera ministra británica, Theresa May, anunció la creación de una Secretaría de Estado para tratar el problema de la soledad, que afecta a más de nueve millones de personas, jóvenes y mayores, en el Reino Unido. La intención es actuar contra la soledad que "sufren las personas ancianas, los que han perdido a seres queridos y aquellos que no tienen con quien hablar". El Ejecutivo británico quiere así desarrollar la iniciativa impulsada por la diputada laborista Jo Cox, asesinada en junio de 2016 tras recibir varias puñaladas y disparos de un hombre ligado a la ultraderecha.

En nuestro país, el Gobierno recogerá en la Estrategia de Personas Mayores una serie de medidas para "romper la barrera de la soledad" y evitar que personas en edad avanzada vivan solas, entre las que destacan fórmulas como "el cohousing", para compartir la propia vivienda. Lo dijo el jueves el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Mario Garcés, para quien el objetivo estatal es "romper la barrera de la soledad" porque ésta constituye "un factor de fallecimiento" de muchas personas en España.

Y en esas estamos. Dos sociedades tan distintas como la británica y la española pretenden regular las situaciones de soledad de las miles de personas que se ven afectadas por esta circunstancia. Seguro que en el futuro serán más países, si bien ese detalle no debe dejar pasar por alto una realidad que, cuando menos, debería hacernos pensar. A lo largo de los años -sobre todo en las últimas décadas- en el mundo occidental hemos ido ganando una serie de derechos inimaginables hace poco más de medio siglo, avances en materia laboral, social, religioso, de sexo... a los que hay que sumar otros nuevos que vendrán. Sin embargo, no hemos reparado en que hay personas que se sienten y están solas, y lo que es peor, se han vuelto invisibles para quienes estamos a su alrededor. Lo dicho, un vecinos de San Blas fallece en su casa y no despierta el interés de nadie en cuatro años.

Ése es sólo un ejemplo llamativo, pero algo muy grave está pasando cuando los gobiernos tienen que plantearse aprobar una normativa sobre la soledad. Si nos paramos a pensar, llegar a eso es desolador y dice muy poco de quienes nos vanagloriamos de vivir en el continente del planeta más civilizado y avanzado. Algo estamos haciendo mal, para vergüenza de todos.

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