el acento

Juan Carlos López / Eisman

Los sobrinos del poder

SIEMPRE que se conmueven los cimientos del poder se ve afectado el orden jerárquico y gremial de los sobrinos y adyacentes. Cualquier ventisquero que hace toser al que está arriba, trae un resfriado al que vive en los y de los aledaños. Así ha ocurrido desde el principio de los tiempos y sigue acaeciendo en nuestros días. No cabían los rebaños de ambos y, hace aproximadamente unos tres mil setecientos años, Abraham y su sobrino Lot decidieron en buena armonía separarse y tirar cada uno por su lado. En estas últimas semanas sin embargo no todos los sobrinos de los sátrapas de Túnez y de Egipto pudieron alcanzar los aviones que llevaban al exilio a sus tíos y, mientras unos lograron escabullirse de la venganza popular, otros han tenido que quedarse en su sitio y esperar acontecimientos con el temblor cogido al cuerpo por el peligro de perder todas sus prebendas, patrimonio y suerte que no la vida. Las cosas en los confines del poder se comportan así: si se gana, el resultado es esplendoroso y espectacular pero, si se pierde, ¡ah, si pierde!, como en La Venganza de don Mendo, si te pasas es peor.

Los sobrinos, que por un lado son los hijos que el demonio otorga a quien Dios no da hijos y otras veces el nombre que sustituye a otro nombre familiar, son un tipo o clase de segundones con una suerte muy dispar. Pero ¿cómo se hace o acaba uno siendo sobrino? Los naturales, los de la propia sangre, ya se sabe: es un trámite pasivo, sin hacer nada se encuentra uno en tal condición. Y, si no, basta con aplicar el consejo de Groucho Marx: para evitar tener hijos, haz el amor con tu cuñada ¡así tendrás solo sobrinos! Pero no todos los que reúnen esta condición, ejercen como tales. Muchos sobrinos naturales hay que pasan de titos queridos al tiempo que potentados y poderosos. A cambio es frecuente la aparición de otros que, sin reunir más requisitos que su propia ambición y desparpajo, precisamente suelen ser los más fervorosos, se adoptan a sí mismos en calidad de tales. En este caso el camino ya es más complejo porque no es suficiente con la actitud pasiva sino que hay que batallar en condiciones para ganarse esa posición.

Pueden gozar de los beneficios de estar junto al poder y, sin que se conozca su fortuna, pasar desapercibidos. También les puede ocurrir lo contrario, sobre todo si su torpeza es muy alta, que intenten pavonearse de lo que son, más que tratar de ganar fortuna. En otros tiempos aunque algunos consideraban que recibir beneficios en razón de ser sobrinos era una conducta legítima de lo más natural, otros lo entendían como un pecado gravísimo. Lo curioso es que, perteneciendo al mismo tipo de falta, ni siquiera ha tenido derecho a tener un nombre propio debiendo conformarse con el que se aplica a los nietos, nepotismo, que esa es la denominación en latín.

En Italia, al decir de Indro Montanelli, Roma era en tiempos de César lo que Ennio Flaiano asegura que hoy es Italia: un país no sólo de poetas, de héroes y de navegantes, sino también de tíos, de sobrinos y de primos. Por nuestra tierra, aunque ya existen borradores más o menos fiables y seguros, que se sepa aun no está terminado del todo el censo.

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