La seriedad judicial

La Ciudad de la Justicia, con su aire moderno y al fin siglo XXI, no debe entenderse como el final sino como el principio

La Ciudad de la Justicia aún huele a nuevo y los pasos por sus estancias resuenan a vacío, pero aún así empieza a cobrar vida. Primero, la semana pasada, fue el arranque de la complicada mudanza, labor que esta misma semana se ha visto completada con la celebración de los primeras vistas, un momento que queda ya para la historia judicial de esta ciudad. Atrás, cayendo en el olvido, se alejan mientras tanto todos estos años de espera, pues el proyecto, impulsado por la Junta, ha acumulado retrasos importantes al verse afectado por la crisis económica y por esa lentitud casi crónica, de tortuga anciana, que padecen nuestras administraciones cuando se ponen a eso tan necesario de invertir. No creo que sea momento sin embargo de airear esos problemas, sino para celebrar que al fin, y ya era hora, la Justicia cordobesa abandonará la situación que padecía y que tanto afeaba su imagen y comprometía su prestigio. Porque los juzgados viejos y atestados, con carencias de todo tipo, no eran el lugar idóneo para que la Justicia transmitiese el respeto que se le debe en una democracia del siglo XXI. Si los jueces y los abogados llevan toga no es porque sean especialmente tradicionalistas, sino porque su oficio, que es un servicio público, requiere de una imagen de seriedad, que quedaba en entredicho en esa Audiencia setentona y vetusta, que parecía recién sacada de la teleserie Anillos de oro, y en esos juzgados atestados. La apertura de la nueva Ciudad de la Justicia es por tanto una alegría de primer orden para la democracia cordobesa en su conjunto, pero aún queda camino por recorrer. Y no sólo aquí, sino en toda España, porque la dotación humana y tecnológica sigue siendo defectuosa en casi todo el país al tiempo que la acción política, su gusto por manosearlo todo, también ha perjudicado la imagen colectiva de algo tan esencial como la separación de poderes. La flamante Ciudad de la Justicia, con su aire moderno y al fin siglo XXI, no debe entenderse como el final de algo sino como el principio de una regeneración judicial muy necesaria si queremos mantener nuestras libertades y la seriedad de un Estado de Derecho hoy en la diana.

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