De la saudade al cabreo

La infanta se encamina tras su absolución a un voluntario exilio portugués con falsísimo sabor 'donjuanista'

La infanta Elena no pisará los grises pasillos de presidio y purgará sus penas y desilusiones borbónicas en un palacete lisboeta, entre fados nostálgicos y, si le da por la lectura, entre finos poemas de Pessoa, Sophia de Mello o Teixeira de Pascoaes. Allí cuentan que se irá, a un exilio voluntario portugués con falsísimo sabor donjuanista, en cuanto pueda y después de que las jueces del caso Nóos la absolviesen ayer de los cargos que sobre ella recaían tras asumir las tesis de la Fiscalía, que en este asunto fue la gran defensora de la hermana del Rey, una madre clemente, amantísima y piadosa para ella. Al esposo de la infanta, Iñaki Urdangarin, le corresponde por contra una pena de algo más de seis años de cárcel, cuyo cumplimiento, pendiente aún de apelaciones, es el gran enigma que ahora se abre. Losa en cualquier caso aligerada, la cumpla o no, pues el Ministerio Público le llegó a pedir al exduque, inolvidable en el juicio con sus gafas amarillo pollito, una veintena de años de prisión que quedan como lo que eran: el brindis ufano al sol del torero que sabe que brindar es lo fácil y el toreo lo difícil. Hasta aquí la sentencia judicial, que por supuesto no queda otra que respetar, pero no sin recordar que el juicio de la historia debe de ser severo tanto con la infanta como con su esposo, el balonmanista ambicioso, por el daño profundo que le han hecho a la Monarquía como elemento cohesionador de nuestra pobre democracia. Irresponsables fueron los dos, hasta niveles extremos e injustificables, así que cuando acabe el asunto sería una gran alegría que en Lisboa se quedaran ambos para no volver nunca, aunque no sé yo que daño les habrán hecho nuestros hermanos portugueses a estas gentes para tener que bregar allí con ellos. Pessoa escribió un poema que empezaba diciendo: "Desvestí la realeza, cuerpo y alma, / regresé a la noche antigua y serena/ como el paisaje al morir el día". Y algo así, tan delicado y autoindulgente, debe pensar la infanta en su anticipado papel de mártir mientras millones de españoles cumplidores con la Hacienda y el orden sufren los efectos perniciosos del relajo moral infantino. Saudade pues para ella y cabreo para el eterno y traicionado paganini español.

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