La revolución litronera

Marx llevaba razón. Pero Marx el bueno, Groucho, el que no dejó embarazada a la criada

Groucho Marx, en su incuestionable sabiduría marxiana, que no marxista, ya nos avisó de que la política "es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Bajo esa premisa se desarrolló buena parte de la política de su tiempo, profuso en sangre y dolor, y bajo esa premisa se desarrolla a su vez buena parte del nuestro. Política que a veces es ese pasilleo burgués del Congreso, con su silloneo y su bisbiseo de chicuelos felices en su salarión, y que otras veces se torna algarada callejera de revolucionarietes en flor y otras, cuando la política queda en mera excusa, en terrorismo puro y criminal. En el segundo de estos grupos, el de los alegres revolucionarios borrokitas, se inscriben las protestas violentas contra el turismo que se han visto en Cataluña y en el País Vasco, pues en ambos casos proceden de grupos dicen que cercanos a la CUP y a la izquierda radical e independentista vasca. Jovenzuelos aburridos supongo, que en vez de repasar lo que les haya quedado para septiembre deciden tornarse brazo ejecutor de los esquinados pensamientos de sus politicuchos tutelares. Ni saben una leche de economía ni se han adentrado nunca en la reflexión serena y honda sobre el turismo, sus beneficios y su evidente problemática, pero eso no quita para que se movilicen festivos o para que se dediquen a la clásica gamberrada litronera y hormonal. La política, pues detrás de ellos hay política aunque sea cutre de narices, polariza de este modo un debate necesario, el de los límites del turismo, que debió siempre desarrollarse con sosiego y sin la pretensión evidente, tan comunista por cierto, de espantar a los pobres visitantes para que la economía adquiera el estancamiento y la pobreza que caracteriza a cualquier marxismo conocido y seguro por conocer. Marx llevaba por tanto razón, pero no el de El capital sino el Sopa de ganso y Un día en las carreras. Marx el bueno, el que no dejó embarazada a la criada. El que nos advertía desde su acidez humorística que somos unos cándidos quienes a veces pensamos que la política puede cosa distinta que esta miseria de enmierdar y enmierdar.Y debería serlo, sí. Pero no. Que no, que no.

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