Suenan de nuevo tambores de exigencia de reforma constitucional desde la izquierda. No digo yo que no sea necesario analizar la Constitución, que pronto cumplirá cuarenta años, y su utilidad -más que demostrada- para fijar las reglas de una convivencia pacífica así como aquellos aspectos que con el paso de los años han devenido obsoletos. Por supuesto, no hay que tener miedo a ese análisis ni a la democracia misma, en forma de estudio, debate, discusión y eventual consulta a los españoles, pero sería importante que alguien nos dijese a dónde se pretende ir, si es que lo saben más allá eslóganes repetidos hasta la saciedad, y cuáles son los principios que inspirarán ese camino.

Hasta hoy las únicas aportaciones para una futura reforma constitucional son el España nos roba de los independentistas catalanes, el indigesto gazpacho federalista que una parte del Partido Socialista propone (a poco que se lo propongan y si alguien no impone una cierta cordura, el Partido Socialista vasco correrá la misma suerte que el catalán) y el yo no voté a ningún Rey de la tropa podemita. Con estos mimbres se pretende afrontar la reforma de la ley fundamental que más paz y prosperidad ha generado en la historia de España.

Evidentemente resulta imposible entablar un diálogo con quien te amenaza o te desprecia, características fundamentales del hierro indepe catalán: quizá suene duro, pero ante la amenaza y el delito sólo cabe aplicar la ley, incluida la penal o la que prevé la suspensión de la autonomía. Con un partido desgraciadamente roto como el PSOE, y con líderes tan irresponsables como los Iceta, Mendía, Tudanca y compañía, no hay más opción que aparcar el debate sobre la cuestión hasta que aclaren sus ideas y despejen el camino a líderes, yo diría que lideresa, con sentido de Estado. Y con el populismo ultraizquierdista poca carrera puede hacerse, como se empeñan en demostrarnos cada día, con su constante desprecio a las formas y a todo aquello que sus líderes consideran disidencia ideológica, desprecio que empiezan a sentir incluso insignes dirigentes de Podemos que pronto serán purgados.

Así las cosas, plantear una profunda reforma constitucional es algo parecido a convocar un referéndum sobre la salida de la Unión Europea en un país rico azotado por la crisis económica y los problemas generados por la inmigración: un disparate histórico de consecuencias imprevisibles. Tengamos sosiego y no dinamitemos una magnífica obra colectiva, de la que debemos sentirnos orgullosos.

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