Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La redes y las trampas

Lo que antes se decía en la barra de un bar o se escribía en la puerta de un váter ahora se publica en 140 caracteres

No resulta fácil explicarse cómo una persona que ha superado el difícil acceso a la carrera diplomática y que ha tenido destinos importantes a lo largo de una dilatada trayectoria profesional la puede malbaratar por la publicación en facebook de un comentario, estúpido y pretendidamente gracioso, que no superaría el nivel de tertulia en una tediosa sobremesa veraniega con tres gintónics en el cuerpo. Le ha pasado al hasta principios de esta semana cónsul de España en Washington, que se ganó lo que se tenía que ganar: una destitución fulminante y nada honorable después de haber publicado en la red social un comentario en el que denostaba el acento con el que los andaluces hablamos el español para ridiculizar a Susana Díaz. El motivo: haber osado vestirse del mismo color que la Reina en un reciente acto en Málaga. Ese es el nivel al que puso el tal Enrique Sardá al servicio exterior del Estado hablando de la presidenta de una comunidad autónoma que forma parte de ese mismo Estado. Claro que en la diplomacia, como en la fontanería o en la milicia -por compararla con dos profesiones con las que no tiene nada que ver, o sí- ,hay de todo como en cualquier sitio. Haber desarrollado misiones delicadas en Washington, Sidney, Sarajevo o Varsovia no garantiza, como demuestran los hechos y los antecedentes que arrastraba el individuo, tener el juicio donde corresponde.

En el tema del cachondeo con el acento andaluz en general y con Susana Díaz en particular llueve sobre mojado y roza ya lo intolerable. Viene a coincidir la proyección nacional de la presidenta de la Junta con la conversión de la redes sociales en el estercolero donde cualquier indocumentado, o documentado, que se cree ocurrente vierte sus detritus mentales o sus gracietas. El problema es que lo antes se decía en la barra del bar o se escribía en la trasera de la puerta del váter de cualquier colegio ahora se publica en 140 caracteres y adquiere dimensión pública. Así desde un monstruo descerebrado que se alegra de la muerte de un chaval con cáncer porque le gustaban los toros hasta el diplomático graciosillo del que esta semana nos hemos ocupado los medimos, cualquiera puede alcanzar los diez minutos de gloria que pronosticó Warhol mucho antes de que existieran los dedos tontos sobre el teclado del smartphone.

Las redes sociales, su utilización sin pararse un minuto a pensar qué y a quién se va a decir, se ha convertido en una trampa en la que cada día caen más incautos de cualquier origen y condición. Incluso he visto a sesudos y veteranos periodista y políticos soltarse el pelo y decir lo primero que se les ocurre cuando se ponen a tuitear como si no hubiera mañana, sin pararse a pensar que las peores trampas son las que uno se pone. Que se lo digan al cónsul Sardá.

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