Peli americana de las cuatro de la tarde. Escena de terapia de grupo de alcohólicos anónimos, por ejemplo. Reciben a un integrante nuevo que, compungido, se presenta ante el resto: "Hola, me llamo Susan y llevo dos días sobria". Luego, cuenta su historia y el grupo la despide con un sonoro y conjunto: "¡Te queremos, Susan!".

El Partido Socialista tiene una resaca del quince. Y es absolutamente necesario que recupere cuanto antes una identidad perceptible para millones de votantes huérfanos de liderazgo, un santo y seña razonable que devuelva posibilidades ciertas de gobierno. Ojo, digo votantes, no militantes. La fuerza del PSOE, cuando la ha tenido y donde la tiene, son los votos que consigue. Su motor de captación es el liderazgo que los pide, con la capacidad que tenga de anticipar futuro -esencial en política- y el combustible, una militancia organizada, amalgama extraordinaria de una construcción sólida. Las batallas se luchan con soldados, al mando de un general, para salvar al pueblo: militantes y liderazgo para ganar elecciones. El que no entienda eso en el PSOE, con su historia, está jugando a otra cosa. El PSOE no monta este cirio para ser cabeza de ratón, ni cola de león. El PSOE se desnuda con estrépito, asumiendo los daños, para ser cabeza de león.

La resaca de la estúpida borrachera socialista nos presenta a tres candidatos con historias diferentes. Ninguno, ninguna, de los tres excusó una ronda. Pedro es un proyecto de líder, adalid de una torpe estrategia que cosechó dos clamorosas derrotas consecutivas. De la primera, quizá no tenga toda la culpa, aunque su imagen centrada de entonces (ahora, de Pedro, el guapo, a Pedro, el zurdo, sin centrifugado) no convenciera a los votantes (proyección pobre), pero la segunda fue un zasca monumental: en efecto, dos veces no. Pedro no gana. Patxi estuvo ahí, cómodo en el ejercicio funambulista del simplón no es no, sin explicar y después qué, y cae bien, pero llega poco. Patxi no gana. Susana es una clásica, batalla-soldados-general-victoria, no sé si del viejo PSOE o del PSOE de siempre, pero del único que gana elecciones. Y, sin sorpresas, repite los mismos defectos y virtudes de un partido fuerte, en toda su intensidad: el apabullante control del aparato, ¡que existe para ser ingrato cuando funciona en un partido que no es asambleario!, y la maquinaria electoral a punto, que levanta el trofeo cuando alcanza el gobierno y, entonces, todos contentos, porque de eso va este juego, amigos: el PSOE no elige líderes para amar sus ideas en silencio, y en la oposición, sino para llevarlas a todas partes, que viene a ser gobernar.

Mi conclusión inicial en esta terapia dolorosa es que de las tres patas para un banco que ofrece el perjudicado PSOE, en defecto de abstemios, mejor elegir a las más sobria. Es lo que dijeron ayer, "¡te queremos, Susan!", hartitos de agua con gas.

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