Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre / Azaustre@yahoo.es

La politización de todo

LA politización se tuerce y se retuerce, nos tuerce, nos retuerce, es excesiva. Cualquier asunto moral, histórico o vital, creativo o económico, viene ya manchado de antemano por la presunción de una política, de un sesgo ideológico, de una posición, como si no pudiéramos pensar sin adscribirnos, nuestra realidad y nosotros, a un cierto mirador político. Sucede así con el aborto, con la eutanasia y con la memoria histórica, por poner tres ejemplos bien patentes, pero también podría suceder con la pena de muerte, la cadena perpetua o la legalización de las drogas. Se piensa, se presume, que todos y cada uno de estos asuntos vienen precedidos, acompañados quizá si se prefiere en una fina línea paralela, de una posición política concreta, que no se podrá alterar.

Así, se presupone que defender el aborto es de izquierdas, como condenarlo es de derechas, algo parecido a lo que ocurre también con la eutanasia o con la memoria histórica, o cierto tipo de memoria histórica. También, podríamos convenir que defender la pena de muerte o la cadena perpetua es una posición que, tradicionalmente, se ha asociado a la derecha más derecha, mientras que la legalización de las drogas corresponde a cierta izquierda festiva. Así vivimos. Quizá no hemos interiorizado el euro, como comenta ahora Solbes, aunque yo creo que lo tenemos muy interiorizado, muy sufrido, muy encarnecido piel adentro, bolsillo y pantalón adentro; sin embargo, sí hemos asimilado de corrido el bipartidismo español, un sistema político que no es el ideal pero sí el resultado evidente de nuestra ley electoral.

Así, en general, sólo habrá dos posturas para todo, la izquierda y la derecha, y todas estas cuestiones principales, que ocupan nuestra vida y su límite incierto, vienen ya cosidas de antemano a su sortilegio natural, exacto y puro. Sucede así también con el laicismo del Estado, explícito en nuestra Constitución y, sin embargo, atribuido históricamente a la izquierda anticlerical, como si ser partidario del laicismo equivaliera, necesariamente, a ser de izquierdas, y mucho menos anticlerical. Así, con este sesgo, con esta forma pobre de mirar cualquier asunto público y cortante, se pierden los detalles, las esquinas, de una sociedad que sí es poliédrica, compleja y muy cambiante. No sucede con el aborto lo que ha dicho, con cierta impertinencia sideral, el ministro Bernat Soria, relacionándolo con la inquisición española, como si no se pudiera ser completamente progresista, religioso o no, y tener dudas abiertas sobre el tema. El derecho a la vida, como el derecho al aborto, es también algo más que ser de izquierdas, o quizá de derechas. Quien politiza engaña, enturbia, manosea. ¿Qué sería de la vida sin matices?

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