Sin poder justificarnos

La bondad de determinados concursos hace que los niños, en lugar de futbolistas, ahora deseen ser cocineros

H AY ocasiones en la que el estupor y la sorpresa se reduplican como si tal cosa y con la mayor naturalidad. Es decir, esto ocurre cuando alguien, por ejemplo, se sorprende de algo y, a su vez, es esta propia sorpresa la que sorprende a un tercero. Obviamente no es un juego de palabras sino una reacción bastante más frecuente de lo que pueda parecer a primera vista. Los resultados de un estudio reciente que se ha hecho sobre la juventud, sobre los que vienen detrás de nosotros y, de momento, están a nuestro cargo, han causado estupor a más de uno, que no ha acabado de entender cómo aún perviven en las generaciones más jóvenes estereotipos, convencimientos, opiniones y puntos de vista que más de un ingenuo esperaba hubieran desaparecido por su carácter ideológico de escasa, piensan, catadura moral. Pero donde el clamor reprobatorio es sonoro se ha producido a la hora de lamentar cuáles son sus referentes, a quién o quienes desean parecerse. ¡Vaya modelos, se ha escandalizado más de uno, a los que aspiran a imitar! Y ya no son únicamente los referidos resultados, sino que, en cuando acontece alguna avería social vuelve a ocurrir lo mismo.

En realidad la encuesta es una clarividente radiografía de la sociedad en que vivimos y construimos cada día, pero todos nosotros, unos y otros, todos. Y lo significativo de estos diagnósticos es que nos ponen ante nuestra propia realidad de manera descarnada. Es entonces cuando nos vemos necesitados de aportar, como descargo de conciencia, las buenas ¡buenísimas! razones, de justificación. Es en este juego en el que hay quien asegura que la bondad de determinados concursos ha modificado que los niños, en lugar de querer ser futbolistas, ahora deseen ser cocineros. ¡El progreso moral, a través de la deontología!

En el Diccionario del Diablo de A. Bierce, en la entrada Satanás, se dice: Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió. -Quiero pedir un favor -dijo. -¿Cuál? -Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes. -Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes? -Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo. Y así se ordenó.

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