Una perniciosa confusión

Es preferible no seguir a los agüeros y atenerse a los hechos, que son los que marcan la realidad

Por más que nos extorsionen y nos rompan los bellos discursos que hacemos en tantas ocasiones, es preferible no seguir a los agüeros y atenerse a los hechos, que son los que marcan la realidad, lo que realmente ocurre y es. Lo advierte nuestro cordobés Juan de Mena y lo comenta Sánchez Ferlosio diciendo que los agüeros tienen un elemento de simbolismo y no de existencia, lo que nos lleva casi indefectiblemente al error y a la confusión. Manejarnos con criterios de deber-ser para entender lo que ocurre a nuestro alrededor, confundiendo la utopía como propósito final con los hechos, es un grave y pernicioso extravío impropio de seres inteligentes. Y que nos ha traído, y aún nos está trayendo hoy mismo, tantas desgracias y tan terribles sinsabores.

Los libros que narran y analizan el proceso de Galileo son suficientemente explícitos para mostrar este juego de dislate. Sabido es cómo, en el fondo, lo que al sabio le creó los problemas fue asegurar que, a través del telescopio, había visto los que hoy llamamos los cuatro grandes satélites de Júpiter: una visión de la realidad que resquebrajaba el orden lógico y mental del universo, rompía lo que debía ser y lo sustituía con lo que realmente es. En la discusión, el filósofo, su contradictor, argumenta que debe preguntarse si son necesarias esas estrellas ya que el universo, tal como lo describe Aristóteles, es de tal orden y belleza que deberíamos dudar si romper esa armonía (con esas estrellas). ¡Razones, señor Galileo, razones! Pero el científico espera que, como único procedimiento de comprobación, se asome al telescopio y los vea. Verlos y no razones es lo que importa. "Como los cielos no pueden no ser perfectos, es imposible que existan esos satélites", era el argumento racional de quienes querían agarrarse al deber ser, a lo que nuestra ensoñación en tantas ocasiones nos engaña.

Son tantos los agüeros de significación que nos envuelven y nos torean que es fácil caer en la trampa del ingenuo, que, envuelta en papel de ilusión, acaba siendo en muchos casos propia del malicioso. No son razones (agüeros) sino hechos los que deben guiar nuestra interpretación de la vida y nuestra conducta. Otra cosa son los propósitos de futuro. Claro que aquí, por seguir con Ferlosio citando a don Jacinto: La "lucha final" y la "nueva era" son de esos grandiosos y clamorosos embelecos de los que no ha escarmentado nunca nadie.

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