¿Contra los periodistas?

Cuando un locutor asegura que hay mucho ambiente para un acontecimiento, lo está creando él mismo

Suelen molestarse mucho los periodistas (algunos, desde luego, que otros manifiestan otros comportamientos y, en esto como en todo en la vida, hay clases y categorías) cuando algún personaje les achaca que están magnificando en exceso cualquier acontecimiento banal o insignificante. No les agrada en absoluto que se les atribuya esa conducta y se enojan mucho. Y para liberarse de esa mancha, repiten una y otra vez, como argumentación liberadora y, al tiempo, acusador, lo de matar al mensajero, una actitud baldía y nada eficaz. Es en definitiva una conducta corporativa como la de cualquier otro colectivo. (A un muy famoso futbolista le acusan, otro más, de defraudar a la Hacienda Pública. Y la cadena de radio ofrece a sus oyentes conversar con alguien que explique en qué consiste este farragoso asunto. ¿Y a quién lleva a sus micrófonos? Pues al gabinete defensor del jugador, al que, además, colman de elogios por su capacidad y brillantez. ¿Y qué aclaran los expertos? Lo que cualquiera supone: todas las razones que hacen inocente a su cliente y cómo de malo es el comportamiento de la fiscalía… Y todo con el impudor más absoluto).

A nivel instrumental los periodistas son mediadores, pero no sujetos pacientes como puro cristal transparente. Cuando un locutor asegura que hay mucho ambiente para un acontecimiento, lo está creando él mismo. Es la conocida profecía autocumplida que ya expuso R. Merton, basándose en el principio de W. I. Thomas: si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias. Una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad. El caso del banco, del que un grupo de activistas empieza a correr la voz que va a quebrar lo que lleva a la gente a retirar su dinero y acaba haciéndolo, es el ejemplo más habitual. Desde su interpretación del mundo, los periodistas diseñan la crónica pública y, en lo que pueden, la privada. Y ese trabajo es, por su esencia, dialéctico, es decir, manejable.

Obviamente este artículo, que en verdad pretende ser amable, no va contra los periodistas. El título no obedece a ese propósito. Es precisamente una forma de mostrar cómo, por mucho que quieran eludir la responsabilidad de administrar la existencia, esto no es posible. El título de este artículo es una leve y burlona trampa para exteriorizar el dominio informativo de que dispone el redactor. Pues así es.

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