Tinta y borrones

Un periodista

Decían que era elegante en sus formas, en las que trataba a las personas y en las que escribía sus crónicas

Contaba la leyenda que no había un despacho en Capitulares que se le resistiera. Decían los que ya habían coincidido con él que el Ayuntamiento no tenía secretos, que siempre hacía la pregunta clave y que repartía a diestro y siniestro al equipo de gobierno, a la oposición, o a los dos, según el momento. Que no se dejaba llevar por nada ni por nadie, que mantenía siempre su criterio firme, que se había ganado el respeto de todos. Contaban sus conocidos que su padre fue uno de los culpables de que le corriera por la sangre la vocación periodística, esa que ha mantenido intacta en toda su carrera y que aún sigue -y seguirá-. Que ha permanecido fiel al noble oficio de contar historias, de transmitir lo que pasaba en la ciudad, que nunca se dejó llevar por el poder, que no se le subió a la cabeza, que siempre tuvo una palabra amable para el becario que llegaba cada verano a la redacción.

Decían que era elegante en sus formas, en las que trataba a las personas y en las que escribía sus crónicas. Que siempre ha tratado con respeto a todo el mundo, pero que ha dicho lo que tenía que decir, sin esconderse. Que llevaba 30 años en los pasillos del Ayuntamiento y que ha visto de todo. ¡Ay, si escribiera un libro! Contaban, además, que es una buena persona, amigo de sus amigos, atento, entregado a su familia, que le adora. Toda una institución para el periodismo cordobés, todo un ejemplo a seguir en lo personal.

Podría inventarme una historia de esas bonitas sobre el momento en el que lo conocí, pero la realidad es que no lo recuerdo. Imagino que diría un tímido hola -quien me ha visto y quien me ve-, agacharía la cabeza y me sentaría en el lado opuesto de la sala de prensa. Tampoco me acuerdo cómo surgió, no sé si le haría gracia que fuera del mismo pueblo que su padre, o que tuviera más o menos la misma edad que sus hijas, pero de repente -o más bien con el tiempo- nos hicimos amigos. A pasar horas en Capitulares -y fuera- a discutir sobre política o a intercambiar puntos de vista. A leernos y a aprender. Y entonces descubrí que todo lo que contaba la leyenda se había quedado corto. Que además de un gran periodista era una gran persona. Que era lógico que todo el mundo, dentro y fuera de la profesión, le admirara. Que iba a tener a un amigo para siempre.

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