En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Mucho más que el patio de Paula

Ahora que Córdoba está engalanada de Patios -celebrando la que es la cita estrella del Mayo Festivo, aquella en la que, hasta el próximo día 14, se pueden visitar en la ciudad 60 singulares recintos arquitectónicos poblados de vegetación- aprovecho para rendir un tierno homenaje. Ahora que la ciudad está engalanada de Patios, permítanme que, como Carlos Alcántara, bucee entre los entresijos de mi pasado familiar y, parafraseando al poeta, les diga que mi infancia son recuerdos de un patio de Belalcázar (Córdoba) y de un gran corral-huerto claro donde maduraba el almendro, que no el limonero. Esos versos del grandísimo Antonio Machado se hacen nostalgia en mi mente para trasladarme a una época, la de mi más temprana historia, en la que en aquella inmensa casa de la calle Corredera, 26 en la que nací, vivíamos como si fuéramos tres familias distintas diez personas de la misma estirpe, la de los Pacencia. Por un lado, la familia comandada por mis padres (Antero y María); por otro lado la de mis tíos Paco y Pepa; y por el otro la que componían mi abuela Paula y su hija pequeña post-adolescente, mi tía Ana.

Eran los tiempos en los que agonizaba el franquismo y en los que la estrechez económica obligaba a compartir vivienda. Las dependencias de esa casa las teníamos repartidas entre las tres familias mientras hacíamos vida en común en dos patios y en un extenso corral que estaba lleno de animales. De esa manera, Corredera, 26 respiraba por aquel entonces ese espíritu de los Patios cordobeses por el que la Unesco los reconoció -el próximo 6 de diciembre hará cinco años- como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Un espíritu que me mostró ya a una edad muy temprana que los Patios son mucho más que jardines vestidos de cuanta más flora y más sublime, mejor. Esa convivencia, no siempre de color de rosa, como desde antiguo solió ser la de las casas-patio, me llevó a descubrir que son escenarios emocionales de quienes los habitan, y que como la vida misma, son importantes lugares de encuentros y desencuentros.

Corredera, 26 era la casa de mi abuela materna Paula, una matriarca obligada por la vida a sobreponerse a la prematura muerte de mi abuelo Francisco para sacar adelante a sus cuatro hijos dirigiendo esa importante actividad agrícola y ganadera que era el sustento de los García Torres. Sus patios solían estar repletos de pilistras y geranios y gitanillas y en uno de ellos había un magnífico gran almendro cuyo fruto nos servía a veces a mis primos Luis y Quetete y a mi hermana Rosario y a mí como munición para aventuras que, como en la vida misma, solían acabar en pelea o en reconciliación. Y es que, Corredera, 26, como todos los que se pueden visitar en Córdoba, era mucho más que un patio, era una forma de vida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios