Pues ya está firmado el manifiesto Enamorad@s de Medina Azahara, para respaldar así la candidatura de la antigua ciudad califal a ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El acto institucional tuvo lugar el jueves en la Sala Orive y al mismo se adhirieron representantes de más de 60 instituciones, entidades, organizaciones, colectivos y asociaciones de todo tipo de Córdoba. Si uno repasa los dicho ese día, los discursos entran más o menos dentro de lo previsible y si me apuran, de lo necesario, porque de lo que se trataba era de escenificar un respaldo que como he dicho en más de una ocasión desde esta misma tribuna, es una deuda que Córdoba y toda Andalucía tiene con la ciudad califal. No obstante, me quedo con una de las reflexiones que aportó la alcaldesa, Isabel Ambrosio, en un momento de su alocución, cuando dijo que "esta candidatura nos obliga a todos, a las instituciones a seguir ese camino de conservación, y a la sociedad civil a seguir dando vida y sentido a ese patrimonio, que sin su concurso sería un mero decorado". Desconozco con qué intención realizó la regidora estas afirmaciones, pero lo que está claro es que suenan a autocrítica, esa acción que en esta Córdoba nuestra cuesta tanto ejecutar. Y así nos va.

Si nos ceñimos a lo que dice la Real Academia de la Lengua, obligación es una "imposición o exigencia moral que debe regir la voluntad libre". Me parece que es la definición más acertada cuando nos tenemos que referir al papel de las instituciones y de la sociedad civil respecto a Medina Azahara. Porque la rúbrica de ese manifiesto tiene -y debe- que llevar aparejado un compromiso de todos con este camino iniciado para la declaración patrimonial del monumento. Si alguien tiene la tentación de simplemente salir en la foto y lograr algo de notoriedad con su sola presencia, se equivoca.

Dijo el consejero de Cultura, Miguel Ángel Vázquez, en ese mismo acto, que "la declaración como Patrimonio Mundial es una distinción que señala la belleza y la magia de un enclave, su carácter único, pero, sobre todo, habla del compromiso de todos y a cada uno de nosotros, y de nuestra capacidad para responder al reto de preservar y compartir nuestro legado". La frase también tiene su particular lectura. Porque dio de lleno en uno de los problemas que ha arrastrado durante años el conjunto arqueológico: la falta de compromiso. Se trata de un déficit no sólo achacable a las administraciones -que también-, sino a una gran parte de la sociedad cordobesa, incapaz de organizarse para exigir un poco más de respaldo a la conservación y promoción de la ciudad califal.

Tal vez muchos sigan observando a Medina Azahara como algo lejano, como un rico patrimonio que está allí por la carretera de Palma del Río para el que queremos lo mejor, pero para el que no estamos excesivamente dispuestos a movilizarnos. En cualquier caso, el camino iniciado ahora -aunque algo tarde- puede ser un revulsivo para el propio enclave arqueológico y una oportunidad -cultura, económica y social- para Córdoba. Debemos ser exigentes con las instituciones, pero también con nosotros mismos. Que Medina Azahar sea un simple decorado, o no, también es cosa nuestra.

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