Las escalas de la autonomía y la independencia, además de las de Cataluña, son las del niño. No hay infancia lúcida sin frustración, sin el desvelo lento de los tiempos que agotan su provisión de experiencias y llaman a otra edad que no llega, ese dolor de la morosidad en que la mente va por delante de los años, cuando la inteligencia, la inquietud o la ambición superan el tamaño del cuerpo y el presente es lo más parecido a una celda. Quiere decirse que frente a la infancia sólida e indolora de los que se dejan llevar está la infancia líquida y doliente de los que quieren el mando de la nave y reivindican un espacio y un tiempo propios para consolidar su ingeniería, conscientes de que de momento la vida es mutilación o carencia, anhelo y falta de arsenal. Llegamos entonces al niño bélico que convierte la infancia en una guerrilla, el sometimiento en tragedia y la resignación en rebeldía.

En la película Aves de paso de Olivier Ringer la infancia se declina en esta clave de búsqueda de la partitura autónoma por vía rebelde, bajo el esquema conceptual y narrativo de las historias de iniciación pero con unos tonos, una textura y un tratamiento del drama que llevan el relato hacia zonas expresivas y emocionales que desbordan la ortodoxia discursiva del cine infantil. Si utilizamos la terminología con que el profesor Jordi Claramonte edifica su ensayo sobre el western hablaremos de dos niñas desacopladas, amputadas de algo esencial, dos niñas en la crisis del crecimiento y también en la de la afirmación modal, que con su autonomía de silencios y de miradas, la única que el mundo les permite, hacen frente a una realidad sucia de jerarquías, cercenaduras y condescendencias. Desprovistas, insistentes, complementarias, harán o ensayarán la aventura de la independencia, el acorde (transgresor) de la liberación.

Desde los distritos de sus privaciones sacan una determinación que abona lo que necesariamente se conjuga en una modalidad provocativa de épica precoz y blanca que al mismo tiempo funda, con insolencia, con instinto, con belleza, una poética. Es la conquista de un estatus lo que aquí se plantea, el rechazo de los paradigmas adquiridos en la hora cereal de decir el nombre propio. Después de la fuga viene el repliegue pero ya nada será igual, o quizá sí, o quizá peor porque nunca la incertidumbre deja en paz a los que la desafían. En el agua, frágiles pero emancipadas, dos niñas con patito le ponen nombre al color de la vida.

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